15.3.08

Te finje el mate a la mañana

Desconozco los pormenores históricos y familiares, pero así es como me enteré: vino la Pocha a visitarme en Buenos Aires, sola, cuando yo estaba rondando los 30, supongo. Una de las actividades programadas para el fin de semana fue ir cenar a la casa de un amigo, en Bánfield. Nos pasó a buscar por Palermo un remís y el chofer enseguida se vió invadido por el perfume, los tintineos de collares y la voz delicada e insistente de mi madre.

Discurrimos entre cuestiones de familia, chismes varios y banalidades durante gran parte del viaje, viboreando en un recorrido arquitectónico que mutaba desde las abigarradas alturas luminosas de la gran ciudad a las extendidas barriadas de casas bajas suburbanas.

Un tema lleva a otro, dicen, hasta que a la altura de Lanús (puede ser) escuché: —Durante todo el embarazo, tu padre estuvo afuera, trabajando con el camión en la cosecha en Santa Fe, y volvió recién cuando tu hermana Marita ya había nacido.

—Toda mi vida sin saber nada de esta historia, y me vengo a enterar en un trayecto por el conurbano, dije no poco sorprendido.

—En esa época había poco trabajo, yo cosía para afuera en casa —dijo sin cambio alguno en el tono de su voz—, tu padre consiguió esa changa y se fueron con otro amigo a transportar cereales. Nunca vino durante los nueve meses, nos escribíamos cartas y él religiosamente me mandaba la platita que juntaba. Volvió con algún regalo para la bebé y para mí y la sonrisa pícara de siempre. Jamás le pregunté qué hizo todo ese tiempo, dónde vivió, cómo se las arregló. Algunas cosas es mejor no saberlas y teníamos en ese momento cuatro hijos y toda una vida por delante.

El 24 de marzo Manucho y la Pocha cumplen cincuenta y siete años de casados. Todos en la familia, cinco hermanos, nueras y yernos, doce nietos y cinco bisnietos sabemos que se aman profundamente, él con su sonrisa pícara y ella con sus perfumes y collares.

15 de marzo de 2005

Gracias a Alejandro Pereiro por el título.

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