16.3.08

Dale, cumplí tu sueño hippie

Supongo que fueron muchas más, pero yo recuerdo vagamente alguna que otra. También pueder ser que recuerde los relatos familiares y no los hechos concretos, lo mismo da.

Podían ser las tres o las cinco, y Polaco seguramente vagaba por el pueblo, solo en el peor de los casos, o con algún amigo de turno, en motonetas robadas o en un rastrojero desvencijado rumbo a los bailes de las colonias, a pedido de Roque. No digo que no le gustaran las escapadas y las travesuras adolescentes, ni que Roque le pidiera precisamente eso, simplemente sucedía que cuando su hermano apenas mayor necesitaba la pieza que compartían para sus aventuras amorosas, el menor acataba aprovechando el espíritu salvaje que los unía desde siempre. Oportunamente Roque gustaba dejarse domesticar por mujercitas jóvenes y otras no tanto. Podría decirse (casi) bajo el techo de la propia casa de sus padres.

Ambos jóvenes vivieron juntos muchos años en la pieza del fondo, decorada con grandes afiches de películas de aquélla época, del siglo pasado: era una habitación separada del resto por un patio en ele, con una galería como acceso secundario que pasando por la cocina desembocaba en la parra por el lateral, o bien directamente esquivando herramientas, objetos, máquinas, tarros de pintura y antiguallas, por el garage-galpón atestado a la manera del viejo vizcacha.

El baño estaba dentro de la casa, muy cerca de la salida hacia el fondo. La habitación paterna era la primera ingresando a la casa por la puerta principal, y la de los menores de la familia, nosotros, estaba en el medio. Siendo pasaje obligado hacia las necesidades nocturnas, algunas veces Marita y yo nos despertábamos con las luces o con el chirrido sutil de las viejas puertas pintadas de blanco, o de rojo o sencillamente despintadas, algunas sin picaporte, otras con vidrios, de chapa o madera, verdadero muestrario de estilos de vivienda clasemediabaja.

La madrugada en cuestión nuestro padre pasó sigiloso, cuidando de no hacer ruidos aunque un poco me despertó, lo suficiente para alcanzar a oír una escueta conversación en el lavadero, pequeña antesala del baño. Sorprendido por la luz encendida a esas horas y por el desenfado de la joven que en paños menores lo saludó con un «¿Cómo anda, don Manucho?», sólo atinó a decir, sonriendo, «No tan bien como usted, m’hijita».

26 de abril de 2005

Gracias a Juan del Río por el título.

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