16.3.08

Ando en el teatro bizarro

De suertes que aquello que ha pasado no se almacena todito en algún aparato de esos de la tecnología, que si no, imposible sería mentir, imaginarse, inventarles historias a los gurises para que se duerman y sueñen. Como pasó hace treintaypico de años una noche lluviosa en Concepción.

Manucho dormía como un angelito panzarriba, de camisetilla gastada, con las llaves del mercedito colgadas al cuello (sé con los bueyes que aro), soñando con un atardecer caluroso y pesado llegando a los Esteros por esa ruta polvorienta, adentrándose rumbo a Colonia Pellegrini donde lo esperaba su compinche para salir a buscar la pesca y algún yacaré bajo la blanca luz de la luna correntina.

Azuzada por el mayor de sus hermanos menores (sabandija reincidente), a cambio de algún favor o simplemente impulsada por amor fraterno, Gracielita era la única capaz de ingresar con sumo sigilo a la pieza de los viejos para robarle a papá, sin que se entere, el llavero con la contraseña para una salida de sábado de amigotes y en camión.

Roque fue el primer responsable de la tropelía, conduciendo sin rumbo en las horas previas al boliche, por lugares ya conocidos del pueblo y otros no tanto: el balneario Itapé, la costanera y el puerto, esporádicas pasadas por la plaza ramírez, algunas villas cariño, en fin, la vuelta al perro típica, aún hoy recreada por las nuevas generaciones a su manera, con tunning, celulares, cumbia y desenfado juvenil.

Estacionado en alguna calle periférica del centro, el oncedoce parecía esperar la llegada de la segunda mano malvada de la noche, el Polaco, quien perpetró el último robo (a su propio hermano) ya entrada la madrugada, llevándose el camión de paseo nuevamente, esta vez con tanta mala suerte que una pendiente pronunciada, barrosa y resbaladiza, le hizo perder el control y se metió con toda la trompa redonda en el living de una casa, aplastando ambas. Sin carnet ni documentos estaba en serios problemas, como tantas otras veces.

Fue a buscar a su hermano mayor al baile, quien respondió como siempre al llamado de la sangre: Roque se hizo pasar por quien conducía, con su mayoría de edad y los papeles en regla y fueron juntos a despertar a Manucho con la noticia. Se bancaron bien las puteadas y de ahí todos al lugar del accidente, donde no había salido nadie lastimado, graciadió.

Solamente quedaba hacerse cargo de reconstruir el frente de la familia sorprendida por la intromisión, pedir disculpas al dueño y su gente y esperar unos veinte años para que el viejo se enterara de que su preferida hasta el momento, la mayor, había sido quién le robó las llaves mientras soñaba.

17 de mayo de 2005

Gracias a Charlie Maimone por el título.

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