15.3.08

Nunca me comí una hostia

Está con la mirada perdida en las sutiles formas que dibuja una mancha de humedad en la pared. Una luz amarillenta se descompone implacable sobre las bolsas arrugadas de sus ojos, dando por sabida una vida de quebrantos. El cabello fino y entrecano ondula desgastado y ralo sobre un cráneo que ostenta facciones angulosas, a la vez que delata una pulcritud inevitable. Sube y baja displicente sus dedos artrósicos refrescando los intersticios en la suave tela de una camisa raída casi transparente; juega con los botones, flojos y desiguales, mientras debajo la piel seca y percudida espera ese gesto de amor propio, esa caricia que palpe los huesos infelices, que sienta la contracción de los músculos y vea, por fin a esas tripas gritando el hambre desnudo y reincidente.

02 de marzo de 2004

Gracias a Charlie Maimone por el título.

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