15.3.08

Es como si tuviera en la cabeza el camarín de los Gipsy Kings

Zambullido de cuerpo entero entre los fierros y el cablerío del motor (como entre las fauces de un león de circo), manipula con destreza y precisión las viejas y eficientes herramientas que desde hace años lo han acompañado en su larga vida de camionero. En esa caja metálica, despintada y engrasada, las visibles abolladuras hablan por sí solas. Una vida expuesta, a corazón abierto, desmesurada y frontal.

El capó de doble hoja levantado hacia el cielo, en vuelo rasante se entrega a las delicadas tareas del especialista: regular los platinos, instalar una bocina de época, reemplazar todo el sistema eléctrico original por otro de 12 voltios, limpiar como en los boxes de Ferrari la suciedad de la tapa de cilindros, pulir los cromados de las salidas del escape, adaptar ingeniosamente un carburador de otro modelo, tan antiguo como el propio.

Con mano maestra, conocimiento experto, paciencia incomparable y un contacto sensible con el mundo que tiene enfrente, Manucho despliega humildemente su saber en un proceso al que ha sabido hacer tan suyo como disfrutar de los mates «a la crema» que ceba jactancioso desde muy temprano en la mañana, religiosamente, aunque reniegue de toda religión esgrimiendo un porfiado ateísmo heredado de Don Roque, su padre oriundo de Nueva Palmira, a quien acompañó en infinidad de viajes desde que tenía 13 años.

30 de marzo de 2004

Gracias a Fernando Aíta por el título.

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