15.3.08

En nuestro laburo tiene mala prensa el cuerpo

No sé qué me pasa. Ni más ni menos que eso: no sé qué me pasa. Y ahí va otra vez la paradoja.

—Pero entonces algo sabés.

Quería escribir sobre una galería fresca, umbroso cobijo de una mecedora de mimbre, las cenefas proyectando difusos arabescos sobre las aberturas, contiguas hendiduras en una interminable pared perimetral. Ladraban los niños en el parque, corrían algunos perros tomados de la mano jugando a la posta olímpica, mientras el humo de la chimenea dibujaba ancestrales figuras sexuales en un atardecer delicioso del Delta. Era todo tan sutilmente brillante, como envuelto en una imperceptible atmósfera de armonía y pacífico bienestar. Entonces, ¿es posible? ¿Está todo ahí? ¿Sólo hay que saber cómo?

Ricárdez: —No sé qué me pasa.
Malatesta: —Seguidor como perro de sulky el hombre.
Potoco: —Pero usted toma para evadirse...
Ricárdez: —Yyyy..., sí.

Así las cosas, sigo preguntándome todo todo el tiempo. Sigo buscando mi origen: mi padre cumple ochenta y mi hermana mayor tiene cincuenta y dos para cincuenta y tres. Ella me acunó bajo la parra olorosa y las plantas y mamá siempre fuerte con (contra) su depresión. Nací cerca del río, como a treinta cuadras. Mis ojos estuvieron fuera de sus cuencas por un rato, fui motoquero. Me llamaron en mi vida: cuatro ojos, bizcocho, vení para acá, batilupa, gordo-flaco (alternativamente), óliver, cortála con las preguntas, tagarna, mauroliver, entre otras muchas y variadas maneras que yo supe acatar, combatir, rebelarme, disfrutar.
Es necesario que dude, que me revuelque en la osamenta de las palabras, de las emociones, de cada pensamiento, de mis creencias, de la certeza inefable de una existencia que amo: la que la vida que me ha tocado vivir.

05 de agosto de 2003

Gracias a Daniel Ripesi por título.

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