15.3.08

El bombo es de los negros no de perón

Ahí va, cansino y humeando lindo por el camino de ripio, viboreando las cuchillas entrerrianas el oncedoce, en su marcha suave y apenas ruidosa moviéndose rítmicamente la cabina azul con cama cucheta.

Retazos verdes alambrados, pintados de vaquitas pastoreando se dejan ver nítidos a través de un recuadro en el parabrisas. Un mecanismo simple y efectivo, accionado con una cuerda y un resorte, cubre y descubre con una única ventana móvil como una pestaña, recortada en la malla metálica que protege al vidrio frágil de las piedras, impulsadas violentamente por el cruce con otros vehículos que vienen en sentido contrario por esta ruta mesopotámica.

Manucho silba alegremente melodías litoraleñas, acompañando esos chamamecitos que suenan en la radio, LT15, la Radio del Litoral, de Concordia. Nunca una música me resultó tan increíblemente amalgamada con el paisaje, simbiótica con el olor, con el color de la tierra, con el canto de los pájaros, con el arroyo y el horizonte, con el árbol solo y la arboleda, como lo está el chamamé con la mesopotamia, con el nordeste argentino.

Cada tanto, aparece a lo lejos un camión que mi padre reconoce amigo y ya se prepara para el encuentro efímero, para el cruce y el intercambio de saludos que comienza con un extraño pero compartido código de señas de luces a la distancia.

Se acerca el otro paulatinamente (la sensación de estar nosotros parados se hace muy evidente) y el brazo libre del volante busca y rebusca debajo del asiento hasta que encuentra el rebenque trenzado o el machete, y lo desenvaina y lo exhibe al exterior por la ventanilla, como Sandokán y sus piratas (pienso yo mientras lo miro extasiado por la proeza). Llega el momento del cruce, reducen las velocidades, suenan bocinazos, sapukay, ch’amigos, y la hoja metálica y brillante golpea amistosamente el capot del otro camión; el amigo y sonriente chofer sigue saludando con la mano mientras se va perdiendo por el espejo retrovisor la pequeña imagen de una infancia nostálgica y distante.

30 de septiembre de 2003

Gracias a Juan del Río por el título.

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