15.3.08

Aunque la lepra me ataque yo ando bien

Miraba tristemente por la ventana de vidrios empañados tratando de descifrar ese movimiento de colores a lo lejos, difuso, paulatino, sugerente. ¿Qué podía ser? Niños en el barrio quedaban pocos; pasaban un invierno crudo y persistente y era más probable que estuvieran en sus casas acurrucados junto a sus padres lamentándose por la imposibilidad de disfrutar algún rayo de sol aunque tenue acompañándolos en sus ausentes juegos al aire libre. La mancha evanescente y dinámica seguía ahí, modulando figuras desconocidas, se contorneaba blanda, sutil y colorida como burbujas de detergente, mientras sus pensamientos recorrían vanamente hipótesis, referencias, asociaciones vagas, intentos desesperados por asir desde algún nombre, desde un objeto, desde una situación; tal vez una maratón, una jauría de perros en celo, un viento huracanado, un misterio. Miró de repente a sus zapatos viejos, deformados, tristemente ajenos, suyos, y pudo ver entonces mal iluminado, eterno, uno de los pliegues sucios hendido en el cuero enorme y profundo del calzado. Y vio así tan cercano, tan claramente hermano al otro, diferente y humano, y supo que aquellas manchas vivas inquietas eran sus lágrimas emocionadas de amor por el diario regalo de la existencia.

14 de septiembre de 2004

Gracias s Toqui Spasiuk por el título.

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