15.3.08

Están mirando la realidad con una caja de zapatos, y en colores

¿Cómo ponerme en el lugar del otro? ¿Cómo ser el otro?
¿Existe un otro? ¿Existo?

Qué difícil ejercicio de imaginación, en principio, el de suponerse un otro ser cualquiera en el devenir de la historia del mundo: mi hermano Polaco, el primer hombre que llegó a la cima del Everest, cualquier mujer violada, el tigre sagrado de los guaraníes, un río caudaloso y fresco, Moctezuma, el último de los ejemplares de alguna especie extinguida, un huracán impiadoso, un aborígen asesinado por un europeo en nombre de Dios, la marioposa y sus contados aleteos, un ombú frondoso de raíces largas como interminables brazos, una niña cualquiera infinitamente pobre de cualquier país de esta generosa Tierra.

Más difícil aún si no imposible, no ya imaginar que somos otro, ni siquiera sentirlo o conmovernos con la posibilidad aparente, sino efectivamente serlo: la víbora que pasa meses inmóvil digiriendo un ciervo, el vecino por quien alguna vez sentimos odio (o al menos creímos odiarlo), la mujer de Gutenberg, un salmón insistente nadando río arriba, el ajedrecista que se sabe irremediablemente en jaque, la mujer desahuciada mirando fijamente el agua desde el puente, un tarefero regresando de su ardua jornada en el camión sobre las ponchadas de yerba.

12 de octubre de 2004

Gracias a Yuyo Pereyra por el título.


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