15.3.08

Hay que ser emigrante, para saber lo que es ser emigrante

Dice la Pocha que tenía trece la primera vez que se escapó de casa y se fue a Chajarí, sin un peso y a dedo. Allá lo recibió la abuela Lucía, le dió bien de comer, le puso unos pesitos en el bolsillo y lo mandó de vuelta. De ahí en más fueron ellos, El Polaco y su destino, solos. ¿Ley inevitable? Puede ser y no tanto.
Otras veces fueron varios compinches, aventureros buscando esa madurez que cuando llega asusta, y cada tanto uno se quiere volver. Todos los puntos cardinales cubiertos, todas las anécdotas que la lupa del tiempo deforma, a la distancia se ven ingenuas, candorosas, simples. Gallinas robadas, la carpa en la plaza, la droga, mochileros pelilargos, conductores simpáticos y solidarios, ventas ambulantes, rastrojeros, novias de ocasión, artesanías, las estrellas se veían muy cerca y la muerte tan lejana.

La secundaria trunca (pecado imperdonable), siempre sobrevolando la falsa idea del límite infranqueable de una inteligencia en falta, el rechazo constante y saludable a una disciplina impuesta y ajena, algunos robos furtivos, el colegio de curas en Misiones, el 3CV recorriendo los polvorientos caminos vecinales rumbo a los bailes en Rosario del Tala, Basavilbaso, Gualeguaychú, Villaguay.

El camión de Manucho robado varias veces, chocado otras tantas, camionero sui generis, viajante iniciático, certeza de vendedor nato, siempre con esa zanahoria inalcanzable delante, la felicidad esquiva y de los otros, nostalgia propia y sanguijuela.

Parece todo de otro siglo y hace tan poco, seguimos siendo nosotros, las hijas cumplen quince, los nietos no son ajenos, y algo hay que no podemos entender.

29 de marzo de 2005

Gracias a Don Benítez, «El Uruguayo», por el título.

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