15.3.08

Que no se asusten cuando nos vean salir de cuerpo entero

El sonido del agua es como un encantamiento.

Fijáte vos que en este mismo momento hay millones de olas, olitas, corrientes y correntadas que avanzan, y retroceden y vuelven a avanzar implacables hacia costas de arenas blancas, o desbordantes de vegetación, o que golpean acantilados verticales como miradas al cenit a mediodía, o que arrastran río abajo materia que se desprende sin nostalgia en cada recodo del curso viboreante, y así se deja llevar nomás desde siempre la jangada. ¿Cómo será abandonarse flotando ahí arriba, durante días, meses, sobre esa superficie a la deriva como un náufrago resignado a su destino carente de rescate y el horizonte como único dios a quien mirar?

Mantra devoto, la cadencia de la olas empujadas por la brisa litoral encuentra en el conjunto de mis pensamientos vagos un misterioso y fértil terreno donde desplegar su maravillosa energía milenaria. Se integran y acompañan otros sonidos, muchos, perros, pájaros, hojas, seres que no identifico, desconocidos para mí, en medio del monte generoso configuran la extensión, el espacio; delimitan un territorio que así, manifestándose sutilmente en ladridos lejanos, silbos y hojarascas, termina por ser mi territorio, mi propio mundo al que me debo con sagrada entrega.


19 de agosto de 2003

Gracias a Alfredo Saavedra por el título.

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