17.3.08

Poemas del celular

1

una especie de certeza
otra huella en superficie
cuántas leyes permiten
algunas plácidas quimeras
plena madrugada nueva
nuevas humedades
solos encendidos



2

se muestran extendidas tus alas mientras
agazapada y expectante tu alma
grita
misericordia rústica y yerma incandescente
asiente
empuja tozuda silenciosa
vibra
oculta jubilosa única
despierta
plenitud biselada expansible y luminosa



3

un tropiezo necesario mientras
la ventana sigue sucediendo
sentada al borde del alféizar
resplandecen tenues los fulgores
de raíces tan comunes como únicas
cuál es la forma
cómo crecen
son raíces litorales
oscuro río incontenible
piel tostada de corteza
maravilla imborrable de los ojos del profano
mirar más cotidiano
sensible demasiado humano



4

nublado gris brisa movimiento orgánico efervescencia desde adentro empuja nuevas prontas realidades



5

rayos truenos más relámpagos kilos gramos ton eladas ganas vicios y vinicius tiemblan miedos sin sustento cruces roces perspicaces grave mal cede gradual vuela estela que tontuela huye huye se destruye siembra nace crece infinita



6

maravilla iridiscente
recovecos trémulos de resplandores nimios



7

flota nube ensimisma cruda imagen hipertrófica bríos consecuentes piezas únicas encastre iridiscente gotas pletóricas resguardo viviente y placentero



8

gotas que mojan sin decir mayores cosas
remolinos de tiendas de géneros sutiles
oraciones bastardas traen oleadas mínimas
trozos muertos de veleidades recurrentes
subyacen huellas quietas de un momento casual



9

un basamento incipiente y jubiloso despierta aquella novedad quimérica envolvente que cae en la bóveda batiente suelta en vano tantos cruentos pareceres mientras duele menos el vacío



10

miríadas de estrellas que andan tan lejos comparten su energía con la luna que mira cercana y su luz evanescente llueve muy llena de gotas de visceral sed



11

bailan acordes flotan jugando zumban insisten hienden la carne impunes restriegan los ojos vitales de lumbre zorzal inquieto las claras visiones cobijan hallazgos sensuales



12

vuelo río arriba braceando
la correntada me empuja
desde el fondo
del tiempo la savia invisible
caudaloso su cauce marrón
serpenteo resquicios a penas
murmullando vestigios de signos
llueve sobre la planicie mojada del agua
improviso zancadillas al fiero estertor
muy orondo cuartea los tientos
ramas suspirantes de un tranquilo
arbusto en flor



12 bis

vuelo río arriba braceando
la correntada
me empuja desde el fondo
del tiempo la savia invisible
caudaloso su cauce marrón
serpenteo resquicios a penas
murmullando vestigios
de signos llueve
sobre la planicie mojada
del agua improviso
zancadillas al fiero estertor
muy orondo
cuartea los tientos
ramas suspirantes
tranquilo arbusto en flor



13

hola víscera que pulsa los acordes más valientes
trueno musical en cascada saludable
gesto entrega calmo ilimitado
continuidad sin trazas visibles
una marea altisonante que pendula
baldosas diversas de un barrio
conocido
desayuna el sol en paralelo
jenjibre picante que adereza sutil
arriesgados periplos suspendidos
del inquietofluir acanalado
destellos de brillo a veces
grávido
otras intenso



14

extrañé desayuno, hoy, y quise beber con fruición el aroma intenso de tu cuello de nácar despejado



15

pausada caminata bajo un tenue
solcito mañanero aparece
artificial el flautin afilador
a lo lejos
dulces píos de pájaros cantan cercanías
lejanas tibias contenidas
pies volátiles pequeños
muescas que horadan la infiel
frescura del recuerdo



16

elíptica la curva en picada
desarrolla todo potencial rarificado
balbucea
visiones envolventes
marcas de silencio equivocado
rejunta
pocas cuentas de un ceñido collar
curioso
colorado perfil de un sortilegio
ajeno
evidencia tenue que niega y obedece
otra
breve caricia interminable
descubre vastas superficies
seda
sin ningún nombre reluciente
alimento que nutre sin condena
aparente



17

monotonía metálica multiplicándose
lluvia inquieta
lejanía absurda que arremete
lienzos bastos en caída
tensa soltura
se acomoda jubilosa sonrojada
cabeza gacha
fortaleza reincidente ilimitada
ocaso
ligera vastedad milimetrada
inicio
un continuo trasuntar alegorías
permeable
ombligo mínimo envolvente
sugestivo
mirar sobre los hombros gentiles
rodar ahora
vibrando intriga donde amaina
y clarea



18

mientras la cresta de la ola rompe
un hiván en el bolsillo eyecta
calimocho subterráneo
malaver le da manija a la cisterna
economÍa para ugarte usa bifocales
una ictericia en la oquedad de algarabía
ristra veleidosa
torque manifiesto en culebriya
témpano como bajón y rasguño
nervadura de siesta



19

buen día sol y brisa tenue
extrañeza de gestos mínimos vitales
contacto pleno sin tiempo sin respuestas
misterio impredecible de intensa frescura
una cuenca eterna y silenciosa corre río arriba
viceversa



20

andarás
sobre la bordona tensando
maíz partido
partecita del todo
sin pensar
un hilván musicando
sigue siguiendo
maravilla de uno un otro
simpatía de rico dulzor
suficiente señal unfulgor
melodía
mediodía calor bajo el sol
entrañable mirar de un amor
motoneta de a dos
masticar
milagrero de sombras
amaina
verdor



21

inmensidad de olas rugen
lamen la costa valerosa
beben su propia savia implacables
el envés recortado en las sombras
contraluz de inocencia nocturna
velo tras velo
yuxtapone un volumen extenso
invisible cadencia de amor
un salto al vacío



22

luz de distancia que acorta
ventana infinita
chispa de yema sensible
huracán dislocado
quietud de materia ligera
viscosidad y nieve en juntura
imbricado rincón necesario
respiración incoherente
cristalina



23

viajo en una lata de sardinas
péndulo entre orillas paralelas
vuelco mis latidos rebosantes
nazco en el recuerdo de un destello
invisble
creo aquellos ojos jubilosos
airecito de cuchillas entrerrianas
puedo verme delta inundado por mixturas
espinillo solitario en la espesura
profundidad de pez o transparencia
reflejo nocturno en superficie
medio arco de punto suspendido
apariencia en tensión indefinida
saltador por los aires
ocurrente



24

vetusta traducción por donde mires
como jeroglíficos polvorientos
folio tras folio antaño ensalivado
iluminadas capitales guardan restos
de lustrosa filigrana caligráfica
una impronta se empeña militante
romántica y aguerrida
balbucea mientras puede
espera que la vida le sea dada
un soplo de sentido
una mirada
una especie traslúcida de manto
aquel olvido en el vacío
del tiempo huraño que refractan
implacables haces de luz
incandescente



25

suspiro livido cuesta arriba
bisectriz que alarga
levemente el plano
se rebate coherente
punto ínfimo inquieto
tobogán de curvas sinusoides
aristas bastas corren límites
vértices de vértigo desvelan
acorazadas superficies
intersectan enormes planos
suspendidos
del ocaso profundo y sugerente



26

ando extrañando
tu desmesurada sonrisa y el milagro
de caernos en picada
maravilla transpirada tras los velos
traslúcidos del cuerpo



27

lluvia siesta cucharita
honda entrega en la mirada
cuerpos íntimos en llamas
prueba el tiempo la osadía
atracción inevitable sin origen
aparente superficie y el contacto
visible del encuentro más profundo



28

estrellita fugaz
luminosa huella tan leve
en un cielo velado
duradero y tenue
mediodía estrecho de caireles
sombras dulces invisibles
paradoja de crudo fulgor
bálsamo hiriente que aplaca
nocturno
cabalgata onírica
se desplaza curiosa jugando
madrugada de abrazos enormes
rocío seco que cubre
quietud de manto sutil



29

fortaleza vaivén imperiosa
un extremo indecible de ausencia
caravana cierta con ribetes lívidos
traslación mundana que surca
mares impávidos de orillas tenues
madrugadas verdor silencioso
estrategia cómplice sujeta
devenir insustancial como lamento
categoría súbita rasante
un olvido que aparece impertinente
cuyo halo persiste jubiloso



30

voluntad visible
madrugada y ausencia rotunda
curso de agua sencillo
cascaritas de nuez a la deriva
un número multiplicado por si mismo
se oculta en el trueno
con el relámpago aparece suspendida
una traza inevitable de hondura
suceso que irrumpe inesperado
arboleda milenaria de visillos
consecutivas capas caen
despejan con estruendos sordos
una sutil tristeza empedernida
superpuesta en el orillo virginal
de la existencia



31

brote brasa tizne
fuerza combustión marea impronta
cruje mientras no descansa nunca
tuerce una rígida línea variopinta
emerge tras el sueño recurrente
un estado de soltura desbarranca
trastabilla coloreando de lisura
esa parte inerme con franqueza
obstinada diferencia de matices
filigrana imperceptible por oleadas
estentórea la distancia manifiesta
un puntito redondea mansedumbre



32

plenitud de deseo en ausencia
alegría soleada
mañanita distante y cercana
a la vez



33

luna nebulosa noche tibia
halo apenas perceptible
surco lianas por la jungla
cruzo miradas con panteras
un temblor un sacudón inesperado
vacilo ante tamaña cercanía
una certeza que se oculta en el follaje
un secreto desenvuelve su espesura
filamento nacarado entre mis dedos
trémulo resplandor de brillo incierto
suelto la cordura en caída libre
pruebo desmesura por deseo
bulle la sangre caudal pleno
vestigios desgarrados tan antiguos
como el miedo



34

parece que es abstinencia, nomás, esta sensación de ausencia de tu presencia a mi lado, ese estar juntos, fundidos, que hoy lunes desacostumbrado registro el vacío enorme de tu cercanía, necesidad y certeza implacable de un sentir misterioso y vital, de un amor sustancial



35

ríe una sonrisa que brota borbotones
sensación que emociona sin razones
cruza la distancia más distante
alcanza la belleza vuelo errante
multiplica la hinchazón del pecho del amante
poderosa imagen del velamen
pendular amanece un horizonte
tras la promesa sencilla del dictamen
tuerce la trazada línea y brilla
teme cierto riesgo a entrometerse
caerse de repente por eslora
estar ahí
al fin tan vulnerable
a la deriva flotando sin madero



36

Una sencilla bóveda estarcida envuelve tu circunstancia, mientras frágiles visiones inundan mis retinas de un fulgor intermitente.

El momentáneo crispar de cientos de músculos faciales desencadena una nueva imagen de esa cercana sonrisa compartida.

Detrás del infinito decorado epidérmico vale más imaginar, pienso, una multitud de susurros silenciosos a la certera individualidad de la palabra proferida.



37

un día un montón una costumbre un epitafio un regocijo un garabato una silueta un deslizarse una visión una cedilla un zapateo un abandono un quehacer una tristeza un desatino una cadencia una llamada un balanceo una sed un limonero un sacudón un precipicio una ráfaga una quimera una bahía un simulacro una torpeza un alebrije un firmamento una silueta una maraña un tamarindo un testamento un tintineo una marejada una lascivia un desencuentro una fe última




38

en el prembarque todo está en tránsito, la tapa de una revista H en manos de un lector circunspecto, una pelea de boxeo en dos televisores elevados, un joven escucha música desde su discman mientras la noviecita duerme estirada apoyando la cabeza en su pierna, el olor inmediato del café y el ruido de la máquina distante, las bolsas pendulantes del freeshop, unas palabras aisladas en idiomas, algún sonido lejano intermitente, el velo de tu imagen de agua




39

todavía no despegas corcel alado
metálico
mientras tus entrañas van cargando
sucesos
persistentes figuras recortadas
sobre un anhelo de distancia
necesaria
un vacío de suspiros saludables
ocupa insistente la barriga y subes
subes ahora displicente
tomas altura franca entre las nubes
blancas
mide tu nariz adelantada unidades mínimas
de cercanía
tan ajenas por franqueza
te desplazas en quietud
te mantienes en el aire
brillas
sutil alevosía



40

sos hilván imperceptible
sos vergel inexplorado
sos materia incandescente
sos espalda impaciente y briosa
sos mirada que deja estela
sos timidez iluminada por el fuego crepitando
sos lisura entre el follaje nocturno
sos hondura que no extraña la superficie
sos sabor inevitable
sos esfuerzo placentero y sostenido
sos corteza tornasol brillo lunar
sos ombligo imborrable
sos silencio milagrero
sos humito inquieto solitario
sos turista olvidado de su origen
sos enojo aprisionado entre hemisferios
sos tristeza trasmutada
sos escucha transparente
sos acomodar prontito
sos racimo que espera la vendimia



41

mientras la distancia es una hoja verdecita, anverso y reverso ensimismados, entregada al vaivén de la ráfaga insistidora, el tiempo es como el árbol, extensiones que se expanden al añil, enraizado con fruición a los nutrientes (minerales fríos duraderos, proteína invisible y necesaria, vitaminas que cubren esa esencia total en movimiento), en conjunto aparece una espiral en creciente intensa reversible, sobrevuela sutil una ilusión enmascarada de certezas



42

franca impronta que atraviesa intensa el vano especular de la osamenta
anclada por certeza militante al vestigio improbable del recuerdo
fugaz de una existencia mutilada por espasmos
tenues melodías crujen yacientes alabanzas
apocadas fieras a la par que intransigentes
ronronean siervas al mezquino solitario
cruenta la batalla sepulcral por la existencia
fuente alborozada de minúsculos principios
recto se desplaza el agrio movimiento
simultáneo



43

se frunce en algún lado el cielo enrevesado
multiplica indemostrable simetría
lucubrando voluptuosas ecuaciones
un parpadeo estridente se coloca
emboscada residual intermitente
vacua inteligencia que sucumbe
empatando por fortuna el sentimiento
eplfanía que se expande inabarcable
ilumina parduzcos meandros sinsentido
recupera una virtud adormilada
frena por destellos su bravura
escudriña con recelo el decorado
toma impulso agazapada



44

tras la brusca hondonada está el infierno
con sus lenguas llameantes que salivan la cornisa
resbalosa superficie de un perfil eterno
que dibuja la mueca inconfundible de la risa
aparece una súbita tristeza fría como invierno
mientras suena una música jubilosa y pegadiza
quien pudiera percibir el llanto tierno
y escuchar el corazón de una mujer escurridiza
soledad enamorada del brote indómito y el cuerno
y el tridente y la cola que asoman como cálida brisa



45

una brisa íntima una brasa
incandescente una cortina se descorre
un halo de luz redondea desnudez
evanescente una atmósfera expansiva
un corazón que se contrae
inexplicable una noticia un poco vieja
sólo un poco
tan difícil el fluir tan sólo ahora
un resbalar por la pendiente
dando espacio dando vida despertando
maravilla una certeza suspendida
cielorraso de nubes que caminan
paralela lentitud delicada alevosía



46

fugacidad intermitente como despejada estela surcando la superficie aterciopelada de una humanidad desbordante

impronta necesaria por virtud de haber vivido con mayor intensidad en la penumbra evanescente y dócil del misterio

fuerza indómita encerrada en una forma tan inevitable y casual como cualquier otra forma existiendo en simultánea libertad desprejuiciada

solitaria lágrima expulsada por dulzor al infinito plano inclinado del océano



47

Tiende a pies pequeños militando uñas borravino
armonía juguetona por derecho
las manos crudas cruzan imposibles
superponen huellas dormidas tras el velo
el fresco aroma de la lluvia tiñe sin remedio
un pensamiento enrevesado de misterio
tanto resplandor intermitente termina
recortando un tenue filamento
una caparazón una envoltura un firmamento



48

mirada niña estremece impedimento
otra mente rasga el epitelio
brusca estela sin sustento rueda
inverosímil por supuesto
trastos arropados de lamentos
sueltos pareceres máscaras y enseres pueblan
cuelgan mentan ansia en el ocaso de su aliento



49

Extrañeza de ausencia reciente
maravilla el deseo y una constante
serenata de amor intermitente
filigrana tal vez re-descubierta
a través de la solitaria hendija de una puerta
desapego vil que asoma y deja abierta
la caída al vacío insondable del poniente

16.3.08

Uno es viejo cuando deja de tener proyectos

Debió haber sido allá por el año 65 ó 66, y aunque Polaco no se acuerda exactamente, dice que nunca más se olvidó de la extraña experiencia.

Siempre y cuando no nos llueva después de este calorón, dijo Manucho acelerando con un poco más de ganas. Iban en el mercedito, aquel camioncito trompudo que con mucho esfuerzo se había convertido en el único exponente del sueño de la empresa propia, que nunca se vería realizado.

Era un viaje como tantos, en los que recorrían las polvorientas y movedizas rutas de ripio mesopotámico. Bajaban por la catorce, esa huella larga que bordea el río Uruguay desde Bernardo de Irigoyen hasta Ceibas, con la inscripción «Combustible YPF» en el tanque.

Durante el día, el calor extraordinario los obligó a parar en arroyos, estacionaron debajo de una umbrosa arboleda algunas veces, y en la banquina cuando no quedaba más remedio. Una buena siesta y una remojada cada rato venían bien, aunque Polaco siempre le tuvo miedo al agua. Siempre no: desde que a los cuatro o cinco años casi se ahoga en el arroyo el cincuenta, en las afueras de Chajarí, y lo salvaron por un pelo.

Ya de noche llegaron cerca del cruce de Concordia y Manucho paró el motor, misterioso, y fue estacionando despacito al costado del camino. La luna, llena, inmensa y cercana iluminaba el momento con un velo de transparencia y brillo inusuales. Hablando en voz baja, señaló algo mientras avanzaban agazapados, a una distancia prudente se podía divisar la silueta alta de uno de esos típicos postes que dibujan las panzas de los cables. Se fueron acercando de a poco hasta un punto en que la vista se acostumbró a la semipenumbra lunar, se detuvieron, se detuvo el tiempo, y ahí estaban dejándose ver por seres humanos, entregadas a su extraña comunión, que duró larguísimos minutos: podrían haber sido treinta, tal vez más, las vizcachas que formaban un círculo ritual grande, casi perfecto alrededor del poste y daba la sensación que sabían para qué.

01 de julio de 2005

Gracias a Mirta Lambezat por el título.

Estuve parado cinco años

El dueño de la camioneta Chevrolet verde oscuro era Roque, quien ya se perfilaba como el industrial de la famila. Era gasolera con motor Perkins cuatro, modelo 74 y supo tener una cúpula blanca de fibra de vidrio.

Él no fue, pero la cedió gentilmente para que una parte del clan familiar tenga sus vacaciones de clasemedia en Piriápolis, con la esperanza de algún mínimo roce snob en Punta del Este y un recorrido más bien interiorista, visitando lugares pintorescos que tenían nombres a la altura como Durazno, Minas y su centenaria embotelladora de agua mineral Salus, Atlántida, el fronterizo Chuy, Santa Teresa con su Fortaleza histórica de cañones y pantalones cortos prohibidos, el primer contacto con deliciosos pulpos, calamares y tiburones en Punta del Diablo, entre otras simples maravillas que la Banda Oriental tiene para compartir.

Polaco era un joven treintañero, manejó casi todo el viaje y ocupó el lugar de responsable del grupo, armando el itinerario con precisión y buen tino, de manera que pudiéramos aprovechar las vacaciones cada cual a su modo. Él, por ejemplo, se metió al mar sólo una vez, pero consiguió una circunstancial novia en Piriápolis, a la que aún hoy en las reuniones familiares íntimas se la recuerda como una gordita simpática.

Manucho y la Pocha eran ya en ese entonces los viejos, aunque las fotos de la playa los muestra jóvenes y alegres, con sus trajes de baño de la época, él la calvicie brillosa, ella los colgantes inevitables, ambos de sombrero.

El tema controvertido del viaje resultó ser la parejita que viajaba en la parte de atrás de la camioneta, cuyas aparentes actividades pecaminosas parecían estar amparadas por el cerramiento, rodeados de colchones, la garrafita, una conservadora de telgopor floreada, algunos sillones playeros, una mesita de camping, varios bolsos, el termolar y la rueda de auxilio. Marita y el Topo, promisorio ciclista de competición, andaban ambos en el límite entre la adolescencia y la juventud, cuando en aquellos años a los novios todavía ni se les ocurría dormir juntos, al menos en casa de sus padres.

A los pocos kilómetros de iniciado el viaje, antes incluso de cruzar al Uruguay por el puente Fray Bentos-Puerto Unzué, preocupada cada vez más por la situación, la Pocha insistió en avergonzarme enviándome atrás de paleta, valiéndose de un falaz argumento materno: «La ocasión hace al ladrón».

16 de junio de 2005

Gracias a Federico Zotalis por el título.

Escupía entre los huecos de los dientes faltantes

El Club Rivadavia en esos años era nuevo. Moderno. De líneas arquitectónicas, cosa que en el barrio hasta ese momento no existía.
Los deportes más convocantes para tener a los gurises ocupados eran el fútbol, el básquet, el voley, en ese orden; pelota el cesto también se jugaba, las mujeres, y a las bochas los hombres y las mujeres menos y había una cantina de las de antes donde se jugaba a las cartas, al billar, al casín y tomaban lindo, los hombres. Manucho no iba seguido, pero tenía sus compinches para el truco y la ginebrita, cada tanto. Él iba más a lo de Macho George, a media cuadra del club, cuando el bulevar era de ripio.

Los sábados, el baile de rivadavia era famoso y se llenaba, con dos y hasta tres pistas: una con orquesta típica, otra con música progresiva y la tercera con salsa y cumbia pero de la verdadera. Katunga, Los Iracundos, Los Perlas, Yumba 4, Apeseche y su Orquesta Característica, Los Wawancó y el Sapo Lacava como presentador oficial, entre otros, animaban los diferentes momentos y espacios de la noche.

La distribución de las pistas era singular: mesas dispuestas alrededor del rectángulo de juego, generando una especie rara de óvalo, que a medida que pasaba la noche iba degenerando orgánicamente en cualquier forma dispersa. El bailongo se armaba dentro de esos límites, sobre la cancha propiamente dicha, donde las parejas ejecutaban como los planetas sendos movimientos de rotación sobre su propio eje y de traslación en una órbita, deforme si se quiere para el caso. Los más tímidos o los recién iniciados iban por la parte externa, paralelos a las mesas. Los más osados o las parejas consumadas, o a punto de, iban bien adentro, para que se los vea poco y nada.

Toda época tiene sus normas aunque no lo parezca y en los años de juventud de Graciela, la mayor, había una para tener en cuenta especialmente las damas: salir a bailar con todos los pretendientes que lo solicitaran, a menos de estar comprometida. Eso implicaba dedicarle dos o tres temas al candidato y volver a sentarse a esperar en la mesa, muchas veces en compañía de la madre, las hermanas, alguna tía y en ocasiones especiales, el padre.

Este era uno de esos casos. Manucho firme sentado en la mesa con la Pocha, viendo inquieto cómo su hija Gracielita hacía rato largo ya que no volvía del epicentro del movimiento. Situación que no era ajena a la madre, ya puesta al tanto por la primogénita, con antelación, de que estaba gustando con el Pepe, su futuro marido.

Graciela cuenta entre risas cómplices la escena nunca desmentida: ellos bailando abrazados al estilo de época, ensimismados, viendo venir irremediablemente a lo lejos a la Pocha, abriéndose paso entre los demás bailarines, viéndola llegar hasta el oído, tomarla del brazo comprensiva y susurrar: «Gracielita, tenés que volver a sentarte un rato, porque a tu padre le bailan los ojitos».

1 de junio de 2005

Gracias a Alejandro Antico por el título.


Ando en el teatro bizarro

De suertes que aquello que ha pasado no se almacena todito en algún aparato de esos de la tecnología, que si no, imposible sería mentir, imaginarse, inventarles historias a los gurises para que se duerman y sueñen. Como pasó hace treintaypico de años una noche lluviosa en Concepción.

Manucho dormía como un angelito panzarriba, de camisetilla gastada, con las llaves del mercedito colgadas al cuello (sé con los bueyes que aro), soñando con un atardecer caluroso y pesado llegando a los Esteros por esa ruta polvorienta, adentrándose rumbo a Colonia Pellegrini donde lo esperaba su compinche para salir a buscar la pesca y algún yacaré bajo la blanca luz de la luna correntina.

Azuzada por el mayor de sus hermanos menores (sabandija reincidente), a cambio de algún favor o simplemente impulsada por amor fraterno, Gracielita era la única capaz de ingresar con sumo sigilo a la pieza de los viejos para robarle a papá, sin que se entere, el llavero con la contraseña para una salida de sábado de amigotes y en camión.

Roque fue el primer responsable de la tropelía, conduciendo sin rumbo en las horas previas al boliche, por lugares ya conocidos del pueblo y otros no tanto: el balneario Itapé, la costanera y el puerto, esporádicas pasadas por la plaza ramírez, algunas villas cariño, en fin, la vuelta al perro típica, aún hoy recreada por las nuevas generaciones a su manera, con tunning, celulares, cumbia y desenfado juvenil.

Estacionado en alguna calle periférica del centro, el oncedoce parecía esperar la llegada de la segunda mano malvada de la noche, el Polaco, quien perpetró el último robo (a su propio hermano) ya entrada la madrugada, llevándose el camión de paseo nuevamente, esta vez con tanta mala suerte que una pendiente pronunciada, barrosa y resbaladiza, le hizo perder el control y se metió con toda la trompa redonda en el living de una casa, aplastando ambas. Sin carnet ni documentos estaba en serios problemas, como tantas otras veces.

Fue a buscar a su hermano mayor al baile, quien respondió como siempre al llamado de la sangre: Roque se hizo pasar por quien conducía, con su mayoría de edad y los papeles en regla y fueron juntos a despertar a Manucho con la noticia. Se bancaron bien las puteadas y de ahí todos al lugar del accidente, donde no había salido nadie lastimado, graciadió.

Solamente quedaba hacerse cargo de reconstruir el frente de la familia sorprendida por la intromisión, pedir disculpas al dueño y su gente y esperar unos veinte años para que el viejo se enterara de que su preferida hasta el momento, la mayor, había sido quién le robó las llaves mientras soñaba.

17 de mayo de 2005

Gracias a Charlie Maimone por el título.

Dale, cumplí tu sueño hippie

Supongo que fueron muchas más, pero yo recuerdo vagamente alguna que otra. También pueder ser que recuerde los relatos familiares y no los hechos concretos, lo mismo da.

Podían ser las tres o las cinco, y Polaco seguramente vagaba por el pueblo, solo en el peor de los casos, o con algún amigo de turno, en motonetas robadas o en un rastrojero desvencijado rumbo a los bailes de las colonias, a pedido de Roque. No digo que no le gustaran las escapadas y las travesuras adolescentes, ni que Roque le pidiera precisamente eso, simplemente sucedía que cuando su hermano apenas mayor necesitaba la pieza que compartían para sus aventuras amorosas, el menor acataba aprovechando el espíritu salvaje que los unía desde siempre. Oportunamente Roque gustaba dejarse domesticar por mujercitas jóvenes y otras no tanto. Podría decirse (casi) bajo el techo de la propia casa de sus padres.

Ambos jóvenes vivieron juntos muchos años en la pieza del fondo, decorada con grandes afiches de películas de aquélla época, del siglo pasado: era una habitación separada del resto por un patio en ele, con una galería como acceso secundario que pasando por la cocina desembocaba en la parra por el lateral, o bien directamente esquivando herramientas, objetos, máquinas, tarros de pintura y antiguallas, por el garage-galpón atestado a la manera del viejo vizcacha.

El baño estaba dentro de la casa, muy cerca de la salida hacia el fondo. La habitación paterna era la primera ingresando a la casa por la puerta principal, y la de los menores de la familia, nosotros, estaba en el medio. Siendo pasaje obligado hacia las necesidades nocturnas, algunas veces Marita y yo nos despertábamos con las luces o con el chirrido sutil de las viejas puertas pintadas de blanco, o de rojo o sencillamente despintadas, algunas sin picaporte, otras con vidrios, de chapa o madera, verdadero muestrario de estilos de vivienda clasemediabaja.

La madrugada en cuestión nuestro padre pasó sigiloso, cuidando de no hacer ruidos aunque un poco me despertó, lo suficiente para alcanzar a oír una escueta conversación en el lavadero, pequeña antesala del baño. Sorprendido por la luz encendida a esas horas y por el desenfado de la joven que en paños menores lo saludó con un «¿Cómo anda, don Manucho?», sólo atinó a decir, sonriendo, «No tan bien como usted, m’hijita».

26 de abril de 2005

Gracias a Juan del Río por el título.

15.3.08

Yo soy un monstruo autogestivo

Tantas palabras han sido dichas, otras muchas se han escrito, prosa, poesía, palíndromos, tangos, películas, odas milenarias, ritos, incluso hubo quien osó caminar sobre la espejada superficie.

Río, mar, laguna, vertiente, tajamar, napa o arroyuelo ¿son lo mismo? ¿Somos lo mismo? ¿Cómo es posible que en su profundo interior vivan infinitos seres y sin embargo otros tantos carezcan definitivamente de esa virtud? ¿Y los que decididos sumergen su cuerpo sin la suerte del cristo y mueren para siempre? ¿Cómo era en la panza de la madre? Estuvimos ahí, haciéndonos el principio de lo que somos.

Cuántas figuras pueden ser construidas para referirla, tantas maneras de expresarla como seres en el mundo; se la puede beber, vaporizar, potabilizar, colorear, envasar, regar, transportar, envenenar, congelar, y varios etcéteras.

Marrón como el Río de la Plata a la altura de Punta Lara, esmeralda transparente en las paradisíacas playas caribeñas, violentos rulos gigantescos en rompientes australianas, frescas gotas incesantes de una lluvia otoñal en Bangladesh, caliente desde las profundidades en las alturas de Fiambalá, filosos vértices que se desprenden de glaciares antárticos, lágrimas salobres llegan hasta la comisura de unos labios.

Vientre límite posibilidad eterna de un existir insostenible.

Agua, palmas, voces, comunión-comunicación, in crescendo inevitable y silencioso.

14 de abril de 2005

Gracias a Diego Starosta por el título.



Hay que ser emigrante, para saber lo que es ser emigrante

Dice la Pocha que tenía trece la primera vez que se escapó de casa y se fue a Chajarí, sin un peso y a dedo. Allá lo recibió la abuela Lucía, le dió bien de comer, le puso unos pesitos en el bolsillo y lo mandó de vuelta. De ahí en más fueron ellos, El Polaco y su destino, solos. ¿Ley inevitable? Puede ser y no tanto.
Otras veces fueron varios compinches, aventureros buscando esa madurez que cuando llega asusta, y cada tanto uno se quiere volver. Todos los puntos cardinales cubiertos, todas las anécdotas que la lupa del tiempo deforma, a la distancia se ven ingenuas, candorosas, simples. Gallinas robadas, la carpa en la plaza, la droga, mochileros pelilargos, conductores simpáticos y solidarios, ventas ambulantes, rastrojeros, novias de ocasión, artesanías, las estrellas se veían muy cerca y la muerte tan lejana.

La secundaria trunca (pecado imperdonable), siempre sobrevolando la falsa idea del límite infranqueable de una inteligencia en falta, el rechazo constante y saludable a una disciplina impuesta y ajena, algunos robos furtivos, el colegio de curas en Misiones, el 3CV recorriendo los polvorientos caminos vecinales rumbo a los bailes en Rosario del Tala, Basavilbaso, Gualeguaychú, Villaguay.

El camión de Manucho robado varias veces, chocado otras tantas, camionero sui generis, viajante iniciático, certeza de vendedor nato, siempre con esa zanahoria inalcanzable delante, la felicidad esquiva y de los otros, nostalgia propia y sanguijuela.

Parece todo de otro siglo y hace tan poco, seguimos siendo nosotros, las hijas cumplen quince, los nietos no son ajenos, y algo hay que no podemos entender.

29 de marzo de 2005

Gracias a Don Benítez, «El Uruguayo», por el título.

Te finje el mate a la mañana

Desconozco los pormenores históricos y familiares, pero así es como me enteré: vino la Pocha a visitarme en Buenos Aires, sola, cuando yo estaba rondando los 30, supongo. Una de las actividades programadas para el fin de semana fue ir cenar a la casa de un amigo, en Bánfield. Nos pasó a buscar por Palermo un remís y el chofer enseguida se vió invadido por el perfume, los tintineos de collares y la voz delicada e insistente de mi madre.

Discurrimos entre cuestiones de familia, chismes varios y banalidades durante gran parte del viaje, viboreando en un recorrido arquitectónico que mutaba desde las abigarradas alturas luminosas de la gran ciudad a las extendidas barriadas de casas bajas suburbanas.

Un tema lleva a otro, dicen, hasta que a la altura de Lanús (puede ser) escuché: —Durante todo el embarazo, tu padre estuvo afuera, trabajando con el camión en la cosecha en Santa Fe, y volvió recién cuando tu hermana Marita ya había nacido.

—Toda mi vida sin saber nada de esta historia, y me vengo a enterar en un trayecto por el conurbano, dije no poco sorprendido.

—En esa época había poco trabajo, yo cosía para afuera en casa —dijo sin cambio alguno en el tono de su voz—, tu padre consiguió esa changa y se fueron con otro amigo a transportar cereales. Nunca vino durante los nueve meses, nos escribíamos cartas y él religiosamente me mandaba la platita que juntaba. Volvió con algún regalo para la bebé y para mí y la sonrisa pícara de siempre. Jamás le pregunté qué hizo todo ese tiempo, dónde vivió, cómo se las arregló. Algunas cosas es mejor no saberlas y teníamos en ese momento cuatro hijos y toda una vida por delante.

El 24 de marzo Manucho y la Pocha cumplen cincuenta y siete años de casados. Todos en la familia, cinco hermanos, nueras y yernos, doce nietos y cinco bisnietos sabemos que se aman profundamente, él con su sonrisa pícara y ella con sus perfumes y collares.

15 de marzo de 2005

Gracias a Alejandro Pereiro por el título.

Él para explicar algo da más vueltas que una oreja

Andaban juntos por el centro de la provincia porque ya están en los bordes de una vida intensa con casi ochenta y pico, aunque alejados todavía del límite con la muerte, esa improbable vida que no nos resignamos a recibir generosamente.

Ambos están lo que se dice viejos, es verdad, aunque es posible que se sientan más viejos aún internamente, a juzgar por las repetidas menciones acerca de supuestos achaques que vienen con la edad, que el corazón ya está débil, que el cerebro pierde irrigación, que la memoria. Precisamente estos eran algunos de los argumentos que esgrimía insistente la Pocha frente al especialista que estaba a cargo de la consulta. Circunstancialmente Manucho había sido invitado por mamá para que, de paso, se hiciera ver de su dolencia, que tan preocupado lo tiene desde hace algunos años.

De gesto adusto, parco y presencia facultativa, el experimentado médico devolvió todos los estudios a la Pocha con el consabido usted está muy bien, mi querida, lo que tiene son cuestiones propias de la edad, nada para preocuparse. No le haga caso a esas voces internas, usted ya las conoce y sabe que dicen siempre lo mismo.

Manucho escuchaba atentamente, sentadito respetuoso por la seriedad de la escena y la mirada seca del canoso de guardapolvos que lo escrutaba esporádicamente desde el escritorio. A punto ya de irse, la Pocha lo mira y le susurra al oído, aunque no tan en secreto: Viejo, ¿no le vas preguntar por tu problema? Un poco de vergüenza recorre el sonrosado rostro de mi padre, mientras aparece una media sonrisa cómplice. El interlocutor alcanza a escuchar y pregunta comprensivo digamé nomás, qué le anda pasando. Ch’amigo, lo que pasa es que últimamente me andan diciendo hormiga cansada, y se sonrió un poco. ¿Hormiga cansada? se oyó ingenua la pregunta. Yyy, sí, porque se me cae el palo antes de llegar a la cueva.

Se sorprendió riéndose casi mucho, no tanto por la humorada de un desconocido sino por la frescura de la confesión. Mire, dijo ya repuesto guardando la compostura, que le pase eso a su edad es normal, aunque con el consentimiento de ambos se pueden hacer algunos estudios y si están en condiciones óptimas puedo recetarles unas pastillas, que ayudan bastante. Seguramente ya las deben conocer, viagra es uno de los nombres comerciales. Brillaron los ojos chiquitos de Manucho por un momento, hasta que el médico cerró la propuesta: Cuestan más de 10 pesos cada una.

Hubo un cruce de miradas amoroso, media sonrisa a cada lado, y un profundo suspiro inundó el consultorio con la respuesta: Vamos a dejarlo nomás, ch’amigo, que funcione cuando tenga ganas.

01 de marzo de 2005

Gracias a Carolina Guti por el título.

A Giordano, le vendimos una idea

Trazos coloridos recortan imprecisos la distancia
dibujo lánguido y lejano de una vida extemporánea
cruce figurado a tientas por el ancho mar de los sargazos
una estela solitaria rueda quieta rumbo al final imprevisible
y eterno

Fuego frío estático y débil pide a voces un impulso sutil
que encienda vigoroso aunque momentáneo y viceversa
una llama rojoanaranjado inquieta menos cálida que tímida
alrededor del segmento circular incandescente público
y ritual.

15 de febrero de 2005

Gracias a Germán Bermant por el título.


No vamos a tomar acá, es más lindo tomar en la cantina

quién puede saber cómo avanzar dónde mirar cuándo perdonar cuántos errores reconocer cuáles misterios creer

aquel que pueda reconocer un misterio perdonar los errores mirar hacia donde avanzar cómo ser siendo

el que mirando el misterio en si mismo avanza hacia adentro reconoce que ha errado y perdona

sabiendo es sabio.

1 de febrero de 2005

Gracia a Tato Labriola por el título.

Lo único que tenía de hippie eran las sandalias

Me olvidé, ché. No sabés cómo me vengo olvidando de todo. Me olvido, me olvido cosas, las pierdo. Algunas las recupero, son descuidos más que olvidos, algunas. Las llaves las recuperé, por ejemplo, me las había dejado arriba de la mesa de trabajo. Primero perdí la billetera, había cobrado en verdes, sabés lo que es eso, y como un boludo al rato ya no la tenía. Me desesperé, revolví bolsillos y vacié la carterita, transpiré delante del chabón, que me miraba; pude empezar a sentir cómo el corazón me latía, fuerte latía, como pocas veces lo siento, y ahí me dí cuenta, estaba arriba del mostrador, cuero de carpincho, solita, no sé cómo llegó ahí. Y en eso me tranquilizo, reviso bien, está todo, están los verdes, qué suerte, pago en pesos, pido disculpas y me voy con el paquete. Al rato iba en el bondi por la avenida, ahí nomás, cerquita, había dado una vuelta en círculo para entregar la mercadería y otra vez me cayó la ficha, sabés, no sé cómo pero me cayó: las llaves seguían ahí, arriba de la mesa de trabajo y el chaboncito creo que tampoco sabe muy bien cómo es que caen las fichas, pero caen.

29 de diciembre de 2004

Gracias a Maxi Ezzaoui por el título.

Hay un nivel de cachetes en los colegios

Era muy temprano y estaba todavía oscuro cuando Manucho nos despertó corriéndonos las sábanas con suavidad mientras se le dibujaba una gran sonrisa en su boca sutilmente amarillenta. Vamos gurises, que ya está el mate («a la crema», dice siempre, jactándose por cebarlo con sorprendente espuma), y hay que ir arrancando el mercedito para salir junto con el sol, dijo, y sobre la marcha le regalaba uno de sus tantos piropos a la Pocha que volvía del baño aún en camisón: «Adiós corazón de melón».

Marita y yo, con nuestra lejana cercanía en edad y madurez, a diario peleábamos por cuestiones de poco valor, en una rivalidad sencilla, sin estridencias, con más alegría que celos. Esa madrugada era quizás muy especial y nos sentíamos particularmente hermanados, vaya paradoja. Terminamos de vestirnos en menos que canta un gallo y fuimos corriendo a despertar a los más grandes en la pieza del fondo, Graciela, Roque y Polaco: los tres dormían sin ventilador, mientras una brisa suave mecía juntos el olor del espiral y la cortina. Hicimos bulla mientras remoloneaban, riéndonos mucho todos, llamándonos entre nosotros por los apodos que la familia había legitimado: «¡Gracielita!», «¡Preferido!», «¡Pobre m’hijo!», «¡Contadora!», «¡Bancado!». «¡Arriba la compañía!», «¡vamos que nos vamos y hasta mañana no venimos!», es la fórmula común que usamos para levantar a todos de la cama, impostando la voz como si fuéramos militares de carrera.

La propuesta había sido tan descabellada como atractiva: el bancado, yo, el menor, sugerí a viva voz en la mesa de un almuerzo familiar, pese a la ingenua censura generacional de la Pocha, que pasáramos la Navidad nosotros cinco y los viejos, en los Esteros del Iberá. Más precisamente en Colonia Pellegrini, donde Manucho tantas veces había recalado llevando combustible y trayendo algunas de las especies de la fauna autóctona, con la doble finalidad de divertise y alimentarnos, en ese orden: víboras, yacarés, lagartos, entre otras variedades más o menos exóticas y comestibles. Volveríamos a ser niños, casi de la misma edad todos, sin tanta diferencia como en realidad nos ha tocado en suerte: seríamos cinco hermanos seguiditos, compinches, felices y contentos como una camada de cachorros en la chacra.

No se hable más, dijo Manucho chasqueando la lengua luego de tomar un largo trago de vino rosado bien sodeado en su jarrito de aluminio: Vieja, siguió, el 24 madrugamos bien, levantamos a estos sabandijas y salimos para Corrientes. Paramos a comer el mediodía en el Mocoretá, cerca del agua, hacemos una siestita a la sombra fresca y seguimos despacito, mateando, escuchando unos chamamecitos. Para la nochecita estamos llegando, mientras vos y los gurises van preparando el pesebre para recibir los regalos del niñodios, yo voy haciendo el fuego y poniendo el corderito para hacerlo lento, bien adobado y como siempre: con simpatía, chamigo.

14 de diciembre de 2004

Gracias a Luz Pearson por el título.

Me gusta zafar, pero con más de siete

Para disfrutar tomando un buen mate, recomendamos algunas cuestiones.

Utilizar mate de calabaza, también llamado «porongo»; se sugiere de boca ancha, con posamate.

Instrucciones para «curar» el mate, antes de usarlo:
Llenarlo hasta la virola con la yerba usada en una cebadura cualquiera del mate cotidiano (o más, si fuera necesario hasta cubrir el volumen). Dejar reposar un día. Tirar la yerba. Repetir la operación una o dos veces más. No asustarse por el color que puedan tomar la yerba y el mate. De aquí en más, nunca lavar el mate, solamente vaciarlo de yerba con la bombilla o con una cuchara.

Instrucciones para cebar:
a. En lo posible, comenzar la cebadura antes del amanecer.
b. Calentar el agua al fuego mínimo más mínimo que sea posible, y si hay fuego a las brasas, mucho mejor.
c. Colar la yerba con un cernidor metálico, y desechar todo el polvillo que fue colado. O sea, cebar el mate con la yerba más «gruesa».
d. La cantidad de yerba debe cubrir entre el 40% y el 60% del volumen del mate. Luego, con la superficie de la yerba generar un plano inclinado hacia un lado.
e. Comenzar a mojar la yerba con el agua aún tibia, pausadamente, con chorros cortos, del lado inclinado más profundo, todavía sin meter la bombilla, haciendo que la superficie del agua moje la mitad de la yerba. Nunca se la debe mojar toda.
f. Insertar la bombilla cuidadosamente en el lado mojado de la yerba, cuidando de tapar con el dedo índice el orificio que luego irá a la boca. Esto reducirá las posibilidades de que la bombilla se «tape».
g. El punto ideal de la temperatura del agua se comprueba al tacto: con la mano apoyada suavemente sobre la manija, habrá un momento en el que comenzará a sentirse una vibración sutil que sube desde el fondo de la pava. A partir de aquí, cada persona podrá encontrar el punto justo, adecuado a su paladar.
h. Cebar mates «cortos» (no demasiada agua), manteniendo iguales superficies de yerba mojada y seca.
i. Al cabo de un rato, podrá «darse vuelta» la cebada: sacando la bombilla e insertándola nuevamente (ver punto f.), ahora en el lado seco de la yerba, invirtiendo el plano inclinado (ver punto d.).

Se agradece la difusión.

29 de noviembre de 2004


A los de las privadas no nos llamaron, yo fui lo mismo

istra sumamente extensa de cabezas de ajo longitud irreverente y suelta
vendamé señor un poco de azúcar suelta y también una rodaja
de mortadela bocha la más rica de todas las mortadelas

suerte que tenemos el sudor eterno del ocaso acompañando impasible
la tercera muesca en el borde del sartén donde los huevos
se alegran firmes del encuentro causal con la rompiente de un mar muy acotado

mientras suena podrida una guitarra negra brillante una aceituna eterna
espera con carozo el justo pinchazo del siempre listo mondadientes
ya no busca escapar de su destino tenue dibujado en delgadas lonchas de panceta

trastos viejos a la venta histórica del nombre del sueño insomne
reflejando translúcidos cuerpos secundados por visibles piernas
de torgelón serrano pendiente del techo elevado al cielo celeste del estío

16 de noviembre de 2004

Gracias a Chuni Bonelli por el título.

Los correntinos van a destruir al capitalismo

fijo empecinadamente solo un punto lejano y el momento
aparece entonces como una niebla que lo cubre todo

límite difuso momentáneo que se corre y llueve luego suave
brisa desdentada que descorre el velo y deja ver

brillo insomne adolescente cueva enorme oculta tras la sombra
eterna de la ausencia de una presencia a la vez distante y cercana

desmalezar entraña búsquedas perdiendo aquellas crueles
ilusiones como viejos epitafios recurrentes

siguen misteriosamente vivas las maneras sutiles del encuentro
siempre nuestro y el hilván permanece humano pese (gracias) a todo

02 de noviembre de 2004

Gracias a Marcelo Zampedri por el título.

Están mirando la realidad con una caja de zapatos, y en colores

¿Cómo ponerme en el lugar del otro? ¿Cómo ser el otro?
¿Existe un otro? ¿Existo?

Qué difícil ejercicio de imaginación, en principio, el de suponerse un otro ser cualquiera en el devenir de la historia del mundo: mi hermano Polaco, el primer hombre que llegó a la cima del Everest, cualquier mujer violada, el tigre sagrado de los guaraníes, un río caudaloso y fresco, Moctezuma, el último de los ejemplares de alguna especie extinguida, un huracán impiadoso, un aborígen asesinado por un europeo en nombre de Dios, la marioposa y sus contados aleteos, un ombú frondoso de raíces largas como interminables brazos, una niña cualquiera infinitamente pobre de cualquier país de esta generosa Tierra.

Más difícil aún si no imposible, no ya imaginar que somos otro, ni siquiera sentirlo o conmovernos con la posibilidad aparente, sino efectivamente serlo: la víbora que pasa meses inmóvil digiriendo un ciervo, el vecino por quien alguna vez sentimos odio (o al menos creímos odiarlo), la mujer de Gutenberg, un salmón insistente nadando río arriba, el ajedrecista que se sabe irremediablemente en jaque, la mujer desahuciada mirando fijamente el agua desde el puente, un tarefero regresando de su ardua jornada en el camión sobre las ponchadas de yerba.

12 de octubre de 2004

Gracias a Yuyo Pereyra por el título.


Sé lo que quiere la gente cuando habla de educación

Carraspera lúdica dijo el hombre tener entonces se fijó en el bolsillo de su camisa que asomaban unos cuarentaytresetenta sin abrir

En un movimiento displicente sacó la marquilla la dio unas vueltas la miró como adorándola después rasgó el precinto y eligió cuidadosamente el tercero de la izquierda

Esos dedos amarilleaban fuerte sosteniendo el cilindrito y lo giraban delicados como una caricia robada a la turgencia adolescente

Automático el brazo lo llevó hacia la boca y la mano apenas lo dejó apoyado lindante con la comisura derecha de sus labios

Lo hizo juguetear un rato entre los dientes manchados percibiendo apenas lejano en sus fosas nasales el dulzón aroma del tabaco

Un chasquido siseante una sutil explosión invade con su olor acre lacerante y luminoso el rostro pacientemente desmedido

Pudo reconocer así aunque extrañado del misterio los millones de momentos como ese en que el centro exacto del universo se condensa en la más simple y vacía humanidad

28 de septiembre de 2004

Aunque la lepra me ataque yo ando bien

Miraba tristemente por la ventana de vidrios empañados tratando de descifrar ese movimiento de colores a lo lejos, difuso, paulatino, sugerente. ¿Qué podía ser? Niños en el barrio quedaban pocos; pasaban un invierno crudo y persistente y era más probable que estuvieran en sus casas acurrucados junto a sus padres lamentándose por la imposibilidad de disfrutar algún rayo de sol aunque tenue acompañándolos en sus ausentes juegos al aire libre. La mancha evanescente y dinámica seguía ahí, modulando figuras desconocidas, se contorneaba blanda, sutil y colorida como burbujas de detergente, mientras sus pensamientos recorrían vanamente hipótesis, referencias, asociaciones vagas, intentos desesperados por asir desde algún nombre, desde un objeto, desde una situación; tal vez una maratón, una jauría de perros en celo, un viento huracanado, un misterio. Miró de repente a sus zapatos viejos, deformados, tristemente ajenos, suyos, y pudo ver entonces mal iluminado, eterno, uno de los pliegues sucios hendido en el cuero enorme y profundo del calzado. Y vio así tan cercano, tan claramente hermano al otro, diferente y humano, y supo que aquellas manchas vivas inquietas eran sus lágrimas emocionadas de amor por el diario regalo de la existencia.

14 de septiembre de 2004

Gracias s Toqui Spasiuk por el título.

Nooo, flaco es mejor

Solo, empecinado en toda soledad desconsolada cabalga un jinete valeroso y justo. Alas enormes despliega su Pegaso incondicional, ligero y bravo llevando a su amo por caminos desconocidos, impulsado por las corrientes cálidas del Trópico. Procuran atender todos los pedidos de protección y defensa contra fuerzas opresoras que reciben desde los más distantes rincones de la Tierra. Un celeste y vasto cielo los acompaña en las travesías, aunque no faltan algunos obstáculos menores como truenos, relámpagos, rayos y centellas. A veces, en medio de largos viajes y para alimentar los cuerpos y el espíritu, Pegaso tiene por sana costumbre convencer al jinete solitario sobre las bondades de bajar de las alturas a prodigarse un merecido descanso en algún lugar de la Tierra, bajo la sombra de una frondosa vegetación, beber de aguas cristalinas y comer los frutos de la naturaleza. Existe también un motivo más profundo en la actitud del blanco, alado y pelilargo compañero de nuestro bondadoso caballero: ayudar a su amo a mitigar esa sensación de soledad que lo habita desde tiempos inmemoriales. Con estas esporádicas incursiones terrenales espera Pegaso que el hombre aprenda a entablar relaciones amistosas con los habitantes de los poblados cercanos a sus lugares de descanso. Su amo, como todo hombre solo, carece por completo de las habilidades y estrategias necesarias para acercase a otras personas y dejar que otros se acerquen a él. Para facilitar estos acercamientos, Pegaso organiza entonces entretenidas reuniones sociales, divertidos bailes, kermeses y extravagantes concursos con suculentos premios. En la última bajada, la ocurrencia más festejada y practicada por los campesinos fue el concurso «Póngale nombre a las nubes». El melancólico caballero fue convencido no sin esfuerzo por su brioso corcel para participar en la contienda; contra todo lo esperado y sorpresivamente, el ecuánime y solidario benefactor de la humanidad resultó ganador exhibiendo una imaginación admirada por todos los presentes. Las figuras reconocidas en las formas de las nubes por el caballero son recordadas en toda la orbe por su ingenio y creatividad, por haber sido vehículo de amistad entre las gentes y por haber derrotado la soledad del jinete. Algunas de ellas, si hacemos el esfuerzo de mirar hacia arriba con interés y entusiasmo, aún hoy pueden verse surcando ligeras los cielos despejados.

31 de agosto de 2004

Gracias a Mariano Grassi por el título.

Me pica y ni siquiera me rasco

ME PICA Y NI SIQUIERA ME RASCO.


A veces me pregunto, y suelen ser varias, si las opiniones, antes de ser vertidas por el sujeto opinador, son: a) generadas por él, ó b) simplemente aparecen. En este último caso (b), poco importa de dónde vienen, en el sentido de provenir de un otro discurso que las condiciona (explícito o implícito), ya que el sólo hecho de su «aparición» implica una indeterminación de origen que las exime (a ellas) de responsabilidad alguna por sus efectos (no así al sujeto, si la conciencia de esta operatoria se le hace evidente antes de proferirlas). En el primer caso, (a), sin embargo, sigo preguntándome entonces, cómo es que son construidas, cuáles son sus motivaciones externas e internas, cuál es la estructura que las define y les da existencia, cuáles son los mecanismos de legitimación en el núcleo mismo de la mente del ser que las engendra, para qué necesita opinarlas, difundirlas, compartirlas, imponerlas, dejarlas a la deriva, darlas por sabidas, transparentarlas, sostenerlas, enmascararlas, o sea darles alguna entidad cualquiera sea, en el intercambio social. Otras veces me pregunto, y tal vez este texto lo justifique, si Manucho no habrá acertado nuevamente con uno de sus caballitos de batalla: «Te perdiste la oportunidad de callarte la boca».

17 de agosto de 2004

Gracias a Tadeo Widnicky por el título.

El guaraní ahuecaba el timbó y se largaba

Traza muda inconfundible, la huella imprecisa recortada confusamente en un magma hirviente y caudaloso sueña desiertos viscerales, oculta tristezas incoherentes bajo sombras de fría superficie. Cuánto espasmo soportable abarcamos estoicos en lugar de vomitar deliberadamente el ácido rencor efervescente que insiste en aferrarse a las paredes internas de toda cañería hábilmente desatendida. Como un descorazonado golem eternamente niño de rostro sin facciones, profundamente liso, inquietante y conocido, busco el doble fulgor ajeno y luminoso que recorre la galaxia temporal de la belleza humana tocada por la gracia innombrable y vasta del vacío, misterio singular y poderoso.

03 de agosto de 2004

Gracias a José Maciel por el título.

Ése era borracho todo el día, también

Hablo del origen, de la sangre, de la tierra, de la esencia. Aunque no sepa bien qué son todas esas cosas, ni siquiera sé si existen, fuera o dentro de mí. Lo que sí sé es que afuera hay calles, alcantarillas, lluvia, títeres, música, muertos, brotes, agua salada hay; sé que hay gusanos afuera y mujeres y familia y atardeceres y también misterio, sonrisas, colectivos, nieve, billetes, óleos, pianos, bibliotecas, distancias, laberintos, mandarinas, ropa vieja y nueva, todo esto y muchas cosas más sé que hay ahí afuera. Adentro sé que tengo órganos, con tilde órganos, aunque ni siquiera sé que tipo de acentuación corresponde a esta palabra. A veces puedo sentir que dentro mío hay sustancias, sangre, mocos, saliva, esperma que a veces sale afuera o pasa a otro adentro, no me las contaron, las siento circular a veces silenciosas, ir y venir, inconfundibles; sé que adentro tengo entre otras muchas cosas hígado, bíceps, deltoides, tendones, coxis, falanges, vértebras, amígdalas, sístole y diástole tengo, bilis, omóplatos, plaquetas, hematocritos, células, colesterol, neuronas, recuerdos, deseos, pensamientos, tristezas, enojos, inconsciente, dudas tengo pero acá ya se complica porque no lo tengo tan claro. A veces me ocurre pensar que sólo les he creído ingenuamente a quienes con cierta autoridad me han dicho esto es así, que esas particularidades invisibles también son yo, que ahí están, que mueren y nacen todo el tiempo, incansables, legiones de pequeñeces incomprensibles que están adentro mío y entonces miro y toco la piel que me limita, que me da forma, me contornea y el misterio de afuera parece que es el mismo que hay adentro. Dicen también que afuera hay flotando y formando parte de otros seres vivos o muertos (¿?) bastantes cantidades de partículas de hierro, de hidrógeno, de calcio, de potasio, de cobre, de sodio, de fósforo y azufre y entonces los médicos y los homeópatas aunque de distinto modo dicen que adentro de uno también hay de estas pequeñas vidas invisibles y los astrónomos aseguran que más allá de los límites de la humanidad (o sea afuera de ella), que vendría a ser como la piel de la Tierra, también hay flotando de esas mismas singularidades entre los planetas y las lunas y los anillos y los asteroides y aún entre los soles y las galaxias que dicen que existen aún más afuera todavía.

20 de julio de 2004

Gracias a Polaco Oliver por el título.

Vos tenés cierta vida y una serie de papeles por eso

Ruge el viento huracanado, siento el peso de mis párpados humanos, sueño cosas indecibles, busco estrellas escondidas entre los pliegues de la piel de un elefante del circo del baldío de la esquina. Escribo como el culo (¿el de Moris o el de Antonio?), adjetivando todo según dicen los que saben, frases largas, muchas comas, coma cuatro entonces al muchacho del teclado impresentable, no corrijo casi nada, «así le sale» rugen en Alexanderplatz desde la torre más alta del lado este de este lado. y del otro lado ríos de cadáveres, ríos de serpenteo marrón interminable, baños sacros, baños públicos siguen la impronta del mundo según el cero infinitesimal.

06 de julio de 2004

Gracias a Natalia Bacalini por el título.

Se comió un gurí que pedía

El vapor caluroso y húmedo se eleva implacable desde la garrafita de llama parpadeante y mantiene el ambiente ocupado por el aroma inconfundiblemente terapéutico del eucalipto. El aparato grotesco emite mecánicamente sus sonidos cibernéticos a la par que imágenes des-coloridas pestañeantes repiten sin decoro la historia del momento. Una luz amarillentamente tenue deja ver esas paredes y el cielorraso añejados por el avance del ciclo eterno de la vida. Un Cristo humilde y torcido preside en lo alto la estadía convaleciente de 158 años simultáneos, convivencia febril atemporal, amorosa y solidaria. Los achaques y dolencias insisten en adosarle a las largas vidas de Manucho y la Pocha una serie interminable de ortopedias, cosas y palabras: risas, pijamas, bronquios, escarpines, quemadilla, pelela, pastillas, compotas, resfríos, recuerdos, abrigo, pantuflas, infusiones, catarros, visitas, estornudos, inyecciones, nietos, gatos, mates y aspirinas.

22 de junio de 2004

Gracias a Chuni Bonelli por el título.

Yo vivo donde me agarra la noche, o al lado

El pelo suelto detrás de las orejas se desliza alegremente hacia la curvatura sutil de los hombros blancos como caspa en el blazer secundario. Ejercita diariamente el desenfado, con una grácil figura que domina el entorno dejando estelas de chispazos brillantinos mientras todo el sacrosanto árbol genealógico se revuelve entre gusanos cosquilleantes. Sacudones de misterio envuelven su mirada transparente y coqueta detrás de unos anteojos por demás trapezoidales sugiriendo un azul visceral intenso amparado en la caída cansina de sus párpados. Estertores de febril convalescencia dibujan cruelmente los rasgos más bellos rescatando los pómulos angulosos en la totalidad de un rostro longilíneo y pétreo a la manera de helénicos volúmenes rescatados. Orillando la madrugada desagradecida medianamente tibia encuentra motivos suficientes para una recurrente vuelta ensimismada y trémula sobre los recuerdos de un porvenir sumergido y luminosamente ajeno.

07 de junio de 2004

Gracias a José Larralde por el título.

La gente no es la indicada para elegir

Escarapela invertida Aleparacse. Argentina invertida Anitnegra. Patria invertida Airtap. Himno invertido Onmih. Humildad invertida Dadlimuh. Progreso invertido Osergorp. Tibieza invertida Azeibit. Mugre invertida Ergum. Mentira invertida Aritnem. Bufanda invertida Adnafub. Cortázar invertido Razátroc. Oficio invertido Oicifo. Juguete invertido Eteuguj. Multitud invertida Dutitlum. Ceguera invertida Areugec. Intersticio invertido Oicitsretni. Blasfemo invertido Omefsalb. Pureza invertida Azerup. Locro invertido Ocrol. Pezuña invertida Añuzep. Neuquen invertido Neuquen. Osobuco invertido Ocuboso. Aplauso invertido Osualpa. Vestigio invertido Oigitsev. Tentación invertida Nóicatnet. Verdura invertida Arudrev. Curioso invertido Osoiruc. Respeto invertido Otepser. Milagro invertido Orgalim. Ritmo invertido Omtir. Tenedor invertido Rodenet. Estertor invertido Rotretse. Cancel invertido Lecnac. Molleja invertida Ajellom. Reconocer invertido Reconocer.

25 de mayo de 2004

Gracias a Ángel Koziupa por el título.

Ellos van a estar más contentos porque se lo hacemos nosotros

Fuerte es el abrazo y la mirada sincera que interpela recorre sutil el aura invisible que llevamos sin saberlo. Saben ellos sí porque la suya los envuelve protectora, gentil y misteriosa. Buscan insaciables el encuentro con el ser del otro, en aquel contacto cálido y feliz del saludo amigable durante una visita de mañana soleada y desayuno compartido. Rayos de luz descienden sobre las mesas llenas de bullicio y risas estentóreas, mejillas sonrojadas de vergüenza, silencios aguerridos, galletitas picadas en tazones enlozados, preguntas recurrentes, amores consolidados como urdimbres milenarias. En un rincón, haciendo un alto restaurador en la tarea cotidiana, fanáticos polares del histórico fútbol platense juegan el juego del antagonismo irreconciliable pero al fin de cuentas somos todos hermanos en esta hermandad humana, reunidos como antaño alrededor del fuego eterno de la vida compartida. Resuena en el pecho cada nombre atado a un rostro inapelable, huella simultánea de un destino común y del más individual de los rasgos identitarios.

11 de mayo de 2004

Gracias a Alejandro Antonelli por el título.

Para mi el capanga es un mandatutti

Suena el Polaco con Pichuco, acaso en el mejor momento de ambos, mientras Rita se pasea felina y displicente por su nueva casa, investigando todo. Llegó de noche tarde, en una jaulita verde, de la que se hizo amiga a regañadientes, engañada por sus juguetes (una pelota tipo pulpito muy pequeña y dos monigotes de lana) y su manta tejida, además de la complicidad de su dueña. Creo que en realidad no hubo incomodidad ni disgusto, sino una aceptación llana de su cambio de domicilio, siguiendo exactamente los pasos de quien hace diez años la recibió cuando era todavía un pompón gris peludo y revoltoso.

No puedo dejar de reconocer que acepté de buena gana su entrada en la familia y que me agrada su presencia distinguida —herencia de su abuela humana—, yo que nunca tuve una relación muy cercana con las mascotas. De hecho recuerdo como la única experiencia —traumática por cierto (para ella)— aquella que protagonizamos junto a una perrita parduzca petisa que había en la casa de Manucho y la Pocha, o sea mi casa de hace 25 años, a la que una tarde de aburrimiento o maldad le pinté todo el lomo con esmalte sintético azul, hecho que tal vez pueda catalogarse como los albores de mi carrera como diseñador.

27 de abril de 2004

Gracias a Marcelo Katz por el título.

Tengo «Para Ti» encima

Ronca ella y sus ronquidos ronronean e inundan el ambiente mortecino de fresca convivencia. Da vueltas en la cama aún dormida, se aferra fuerte al pecho cálido y cercano como sus sueños se aferran al escaso tiempo concedido, ése que apenas puede contener impreciso el universo ajeno encarnado en el soñar.

Sube una escalera interminable y luminosa, de madera vieja, rechinando emite su queja imborrable mientras descubre el velo sutil de aquel hechizo. Aún es una niña la que duerme entre almohadones, muñecas y relatos, cuando aparece raudo en la ventana abierta al cielo el tío veloz al volante de su «escarabajo» amigable y protector. Alegremente entusiasmado da vueltas y vueltas en círculo ritual, allá arriba en el techo lejano como un ángel de la guarda atento y receloso, sonrisa amplia, mirada eterna, presencia real de ser iluminado.

Más vueltas envolviéndose en las sábanas hasta desaparecer como un capullo, busca oculta entre los pliegues ese espacio interior que con una voz chiquita aún imperceptible llama y pide una atención, un movimiento conciente que lo reconozca, lo trate con cariño y lo haga crecer genuinamente.

14 de abril de 2004

Gracias a Silvia Mazza por el título.

Es como si tuviera en la cabeza el camarín de los Gipsy Kings

Zambullido de cuerpo entero entre los fierros y el cablerío del motor (como entre las fauces de un león de circo), manipula con destreza y precisión las viejas y eficientes herramientas que desde hace años lo han acompañado en su larga vida de camionero. En esa caja metálica, despintada y engrasada, las visibles abolladuras hablan por sí solas. Una vida expuesta, a corazón abierto, desmesurada y frontal.

El capó de doble hoja levantado hacia el cielo, en vuelo rasante se entrega a las delicadas tareas del especialista: regular los platinos, instalar una bocina de época, reemplazar todo el sistema eléctrico original por otro de 12 voltios, limpiar como en los boxes de Ferrari la suciedad de la tapa de cilindros, pulir los cromados de las salidas del escape, adaptar ingeniosamente un carburador de otro modelo, tan antiguo como el propio.

Con mano maestra, conocimiento experto, paciencia incomparable y un contacto sensible con el mundo que tiene enfrente, Manucho despliega humildemente su saber en un proceso al que ha sabido hacer tan suyo como disfrutar de los mates «a la crema» que ceba jactancioso desde muy temprano en la mañana, religiosamente, aunque reniegue de toda religión esgrimiendo un porfiado ateísmo heredado de Don Roque, su padre oriundo de Nueva Palmira, a quien acompañó en infinidad de viajes desde que tenía 13 años.

30 de marzo de 2004

Gracias a Fernando Aíta por el título.

No voy a poner un paraguayo ahí

Cayéndose a pedazos el rostro empotrado de piedra es testigo de vidas incesantes: transeúntes afiebrados que persiguen sin destino un destino de película, zombies maquillados esquivando a duras penas las imperfecciones del terreno, serviciales dependientes de tienda lucubrando venganzas imposibles, sobrevivientes históricos de aquel cataclismo llevando sus largos y blancos cabellos con soltura, ensimismados corredores de bolsa de aspiraciones cotidianas. En fin, una galería de gestos y posturas repetidos hasta el cansancio configuran el estilo de época de una sociedad atiborrada de sueños, imágenes sensuales, pornográficas calvicies incipientes, arterias que envejecen con la sangre que transportan, suculentos pucheros descarnados aliviando el trajín de la barriada periférica que alimenta sin césar al monstruo vomitivo de garganta pantagruélica.

16 de marzo de 2004

Gracias a Ezequiel de Rosso por el título.

Nunca me comí una hostia

Está con la mirada perdida en las sutiles formas que dibuja una mancha de humedad en la pared. Una luz amarillenta se descompone implacable sobre las bolsas arrugadas de sus ojos, dando por sabida una vida de quebrantos. El cabello fino y entrecano ondula desgastado y ralo sobre un cráneo que ostenta facciones angulosas, a la vez que delata una pulcritud inevitable. Sube y baja displicente sus dedos artrósicos refrescando los intersticios en la suave tela de una camisa raída casi transparente; juega con los botones, flojos y desiguales, mientras debajo la piel seca y percudida espera ese gesto de amor propio, esa caricia que palpe los huesos infelices, que sienta la contracción de los músculos y vea, por fin a esas tripas gritando el hambre desnudo y reincidente.

02 de marzo de 2004

Gracias a Charlie Maimone por el título.

Soy muy fifí yo, pero desde que descubrí los campamentos

SOY MUY FIFí YO, PERO DESDE QUE DESCUBRÍ LOS CAMPAMENTOS...
17 de febrero de 2004



Atracón de sensaciones encontradas, voladura de sesos simultánea y una ausencia de fondo que para qué te cuento. Acostumbrada al entrevero diario con la cosa en carne viva, palpitante, sangrando a borbotones, la osamenta destartalada empuja como un viento fuerte ese olor contra las fosas nasales que resisten, asqueadas, el embate del mundo que no cesa. Indiferente de toda indiferencia, la mente se regodea inquieta ensimismada en sus plieges desordenados y babosos, simulacro eterno de razón universal tergiversada. Fundamento espurio como tantos, suelta amarras y huye desbocada reclamando para sí aquello infinito, inasible. Turbulentas las aguas del cauce afiebrado resisten que aparezca paulatina esa profunda claridad y deje ver el lecho, decantando al fin sus sedimentos.

17 de febrero de 2004

Gracias a Daniel Tur por el título.

Me dieron ganas de mandar una encomienda

A vos las cosas te duran lo que manteca en hocico de perro, dijo Manucho, y su sonrisa desdentada le iluminó el rostro ajado por años de sol en las rutas litoraleñas. Parece que es así nomás, que todo dura nada, pero cómo cuesta acostumbrarse. Y verlo, y verlo otra vez, y otra. Y aprender a ir siendo de a poquito esa nada que dura todo. Resoplando inquieto, inseguro en la tenue línea que construye a pesar mío ese perfil inevitable, recojo las migajas del camino y espero encontrar alguna vez aquel sendero que supe de rulos rubios y ojos torcidos transitar alegremente.

03 de febrero de 2004

Gracias a Tomy Middleton por el título.

Sean los orientales tan ilustrados como valientes

SEAN LOS ORIENTALES TAN ILUSTRADOS COMO VALIENTES.
29 de diciembre de 2003



Ruge el viento ensimismado la certeza de su soplo incondicional; sacude las débiles hojas, gruesas ramas ceden a su insistente esfuerzo por reunir en la profunda noche tormentosa y fresca de verano esas tímidas preguntas indecibles. Desdibuja los contornos del paisaje, metamorfosis vívida que torna cielo y tierra en mágicos figurines donde la incierta memoria resbala, pierde consistencia, bracea desesperada esperando la soga que no llega. Confusión enorme, claridad incipiente; de a pares dicen que se camina más entero, aún perdido y la maleza que oculta tendenciosa ese sendero, infinito. Maravilla insobornable pura entrega el cielo rompe su panza cargada y cae sin porqué la lluvia y moja la tierra, que recibe en sus entrañas y agradece devolviendo ese olor a pasto verde savia. Circular por el círculo interno dicen, es como la rueda, todos los rayos llegan al centro, cuanto más se acercan tanto más se tocan.

29 de diciembre de 2003

Gracias a José Gervasio Artigas por el título.

Es que los conchetos comen mal

Me da vueltas en la cabeza la idea de una presencia ausente. Dialéctico, me dirán. Rebuscado, en el mejor de los casos. Sin embargo, deja de ser simplemente una idea en el momento que, como en un chapuzón fresco de arroyo entrerriano, todo mi cuerpo se estremece y siente, sabe que se ha instalado una certeza indescifrable: hasta este momento estuve ausente. La sensación de presencia en este instante atestigua una ausencia previa, indefectiblemente. Es como una brisa que confirma con su caricia la existencia, al fin, de mi rostro desangelado, perdido en el mar de los impulsos, de las tensiones, fundido en una sola y misma cosa con los pensamientos, las preocupaciones, los anhelos, el pasado. ¿Cuántas veces dije ¡Presente!, sin estar allí? Escuela primaria, catecismo, servicio militar obligatorio, listas interminables, voces marciales reclamando para el orden previsible del mundo de las cosas un estar cosificado, catalogable, mensurable, obediente y dócil. Y en algún lugar, tiempo y espacio únicos e irrepetibles, aparece entonces esa voz completamente nueva y entrañable a la vez, a quien ya conocemos; viene de lejos suspirando las distancias, invocando los misterios insondables del espíritu, soplo de vida, heredado sortilegio que desea que aparezca por fin el beso liberador e inconfundible del príncipe encantado.

16 de diciembre de 2003

Gracias a Silvia Mazza por el título.

Es preciso ser perseverante en la emergencia

Puedo suponer, al menos por unos instantes, que nada, mejor dicho, que todo, todo está en su lugar. La sonrisa desdentada, el basural y los gurises, los brotes delicados de la enredadera en la pared, el piñón fijo de las viejas bicicletas en la niñez, los armónicos en el charango, las valvas en los pies de Carlos, toda la mierda junta recorriendo kilómetros de cañerías bajotierra, los hongos incurables en mis dedos inferiores, los mineros en Potosí rindiéndole culto al Tío de la Mina, Emily Dickinson en su casa de campo sin ver a nadie hasta morir, la muerte más justa injustamente acaecida, los más de 7000 m de los montes más altos del mundo, todos los granos de arena de todos los desiertos, el impresionante minuto y medio de cielo abierto una noche completamente a oscuras, el primer trazo de cualquier caligrafía china, los enojos de la Tana y sus puteadas naufragando en su propio mar de los quereres, las putas iniciando millones de adolescentes y no tanto, una bañera con patas, abrir los ojos por etapas cerca del amor por las mañanas. En cualquier punto del planeta donde nos encontremos, sigo suponiendo, habrá siempre suficientes impresiones alcanzando nuestras vidas como para suponer un más allá, un más arriba inexpugnable, inefablemente situado dentro nuestro.

02 de diciembre de 2003

Gracias al I Ching por el título.

Hoy le vamos aponer de nombre: moda y ahorro

Aparece la luna entre las rendijas, blanca, fosforescente, iluminándolo todo, sin límites, pródiga en caricias hirientes y bondadosa en resplandores despiadados. El camino aparece entonces, oculto estaba entre el follaje tupido del monte, la húmeda atmósfera lo rodea todo; todo queda a merced de aquello que no se ve, que no se conoce, que no nos toca, pero que añoramos como la tibia leche de la teta de madre que nos abandonó a la buena de dios, a la buena de nosotros mismos, de nuestras máscaras que danzan entre risotadas salpicando sus babas eternas sobre todo lo que parece estar ahí pero no. Desaparece nuevamente la senda entre zumbidos densos, sopla una brisa caliente de verano, abrasadora; transpira el lomo expuesto a la maraña, agachado entre ramajes que empujan, van y vienen las hojas que raspan y pinchan y sangra y se irrita la piel en jadeos profundos eternos.

«Para entrar al monte, tenés que rezar. Como puedas, pero rezar. En el monte no sos nada, tan insignificante sos en la inmensidad de la naturaleza. Víboras, jabalíes, alimañas, insectos, todos ellos son más que vos; si no rezás, no se te ocurra pasar la noche ahí adentro.» Alejandro Kowalski.

14 de noviembre de 2003

Gracias al Mono Fontana por el título.

A mi me gusta el Gato, no la cumbia

Qué extrañamente indivisibles recuerdo aquella luz amarillenta de la cocina de mi casa y el sonido de la radio AM llenando el ambiente con algún tango dulzón, pícaro, melancólico.

Me cuesta entresacar también de la maraña de imágenes, de sensaciones, de recuerdos vagos e impulsos que van apareciendo —paulatinamente pero implacables—, el olor de la comida que juntos estaban preparando. Un poco cascarrabias, un poco amorosos, juguetones: «Pero viejo..., ¿por qué le pusiste tanta sal?». «Yo no soy ningún enfermo, mi querida».

Mientras levanto apenas el mantel de hule floreado y abro el cajón de la antigua mesa de madera, donde se amasaban religiosamente las pastas del domingo, para sacar los cubiertos y pongo la mesa, oigo claro y luminoso el tintinear de la tapa de la olla de hierro sobre la salamandra.

Miro hacia arriba y veo a la Pocha revolviendo el guiso, manito en la cintura, moviendo imperceptiblemente la cabeza hacia ambos lados, con su media sonrisa dibujada en un rostro que podría haber salido de la pantalla del cinematógrafo y ahí, en ese mismo momento, se escucha aquella melodía nocturna, pegadiza, esperada, arrastrando el fuelle su quejido inconfundible. Milagro.

Se miran cómplices, dejan todo, se van acercando, sonríen. La Pocha limpia sus manos en el delantal, se emprolija un poco el pelo; Manucho, en la otra punta, sube un poquito el volumen de la Siete Mares, y caminan hacia un abrazo tierno. Las manos se acomodan, se pegan las mejillas, tararean juntos alguna cosa y comienza otra vez aquel baile efímero, cadencioso, inolvidable.

28 de octubre de 2003

Gracias a Ximena Tobi por el título.

Si vos no hacés la cama, te gusta que te azoten

Yo nunca lo vi, pero mucha gente lo cuenta seria, entre sonrisas cómplices, fechas borrosas, geografías difusas, nombres improbables, datos al tuntún a veces, muy precisos y económicos otras, las menos.

A veces fantaseo con la posibilidad de que Manucho sea un mito, categoría para la que no le faltan atributos ni merecimientos. Su figura se rebate indefinidamente en un abanico de planos, imbricados íntimamente como la urdimbre del mimbre milenario, que desde los juncos de los Esteros del Iberá se transforma, como destino incuestionable, en el sombrero alado y fresco que lleva puesto ese día, uno de esos días traídos al presente por la voz amable y suave y un poco torpe de algún personaje contemporáneo suyo de él que se anima a compartir con quien quiera escucharlo aquellas inolvidables escenas que constituyen su más grande patrimonio, aquellas escenas que dicen que alguna vez todo era luminoso, ingenuo, sencillo de una sencillez inmaculada.

¿Todo tiempo pasado fue mejor? No. Fue simplemente.

Tenía sombrero, dijeron, y era temprano, de mañanita, y esa especie de niebla imperceptible que tiñe toda la atmósfera de una capa de nostalgia anticipada. Iba Manucho pedaleando por la nueve de julio, pedregosa, inestable, como eran las calles antes; con suerte había pasado el regador y qué delicia de equilibrio veían los testigos: en una mano el mate, en la otra el termo, cebando sus inefables «mates a la crema, si no le gustan, me los devuelve».

El manubrio (un volante de auto), bien gracias, como piloto automático registraba las imperfecciones del terreno y se adaptaba generoso y solidario con el conductor, que ya a esta altura del recorrido venía intercambiando saludos a mano suelta exhibiendo orondo las manifestaciones de su hazaña: el termo y el mate en alto, los dientes contentos de blancos y un estentóreo sapukay pucú en sus labios.

15 de octubre de 2003

Gracias a Gonzalo Cazas por el título.

El bombo es de los negros no de perón

Ahí va, cansino y humeando lindo por el camino de ripio, viboreando las cuchillas entrerrianas el oncedoce, en su marcha suave y apenas ruidosa moviéndose rítmicamente la cabina azul con cama cucheta.

Retazos verdes alambrados, pintados de vaquitas pastoreando se dejan ver nítidos a través de un recuadro en el parabrisas. Un mecanismo simple y efectivo, accionado con una cuerda y un resorte, cubre y descubre con una única ventana móvil como una pestaña, recortada en la malla metálica que protege al vidrio frágil de las piedras, impulsadas violentamente por el cruce con otros vehículos que vienen en sentido contrario por esta ruta mesopotámica.

Manucho silba alegremente melodías litoraleñas, acompañando esos chamamecitos que suenan en la radio, LT15, la Radio del Litoral, de Concordia. Nunca una música me resultó tan increíblemente amalgamada con el paisaje, simbiótica con el olor, con el color de la tierra, con el canto de los pájaros, con el arroyo y el horizonte, con el árbol solo y la arboleda, como lo está el chamamé con la mesopotamia, con el nordeste argentino.

Cada tanto, aparece a lo lejos un camión que mi padre reconoce amigo y ya se prepara para el encuentro efímero, para el cruce y el intercambio de saludos que comienza con un extraño pero compartido código de señas de luces a la distancia.

Se acerca el otro paulatinamente (la sensación de estar nosotros parados se hace muy evidente) y el brazo libre del volante busca y rebusca debajo del asiento hasta que encuentra el rebenque trenzado o el machete, y lo desenvaina y lo exhibe al exterior por la ventanilla, como Sandokán y sus piratas (pienso yo mientras lo miro extasiado por la proeza). Llega el momento del cruce, reducen las velocidades, suenan bocinazos, sapukay, ch’amigos, y la hoja metálica y brillante golpea amistosamente el capot del otro camión; el amigo y sonriente chofer sigue saludando con la mano mientras se va perdiendo por el espejo retrovisor la pequeña imagen de una infancia nostálgica y distante.

30 de septiembre de 2003

Gracias a Juan del Río por el título.

Claro la vida es un amanecer/ que va tiñendo/ con versos mi piel

Todavía puedo verlo: short de baño marrón, acampanado, camisa tipo guayabera muy prolijamente abotonada, el yoqui de siempre cubriendo su calvicie, anteojos tipo armatoste con los vidrios realmente picados y sucios, las piernas flacas y... ojotas. Siempre ojotas.

Llegamos a la nochecita, éramos ocho en dos autos y veníamos de Buenos Aires, haciendo escala previa en Gualeguaychú. Nos recibió muy contento, «Por fin llegaron, sabandijas», dijo mostrando sus dientes viejos y gastados, con un vaso de whisky poco hielo en la mano; «valió un trago, ch’amigo», y empinó lindo el codo, festejando nuestro arribo. El galpón de Roque estaba ya invadido por el sabroso olor a asado y las perras ladraban y saltaban como perras que son.

La parrilla, hecha por él mismo, por supuesto, con un mecanismo exclusivo de elevación y control de altura para regular el calor que la carne va recibiendo durante la cocción, estaba repleta. Asado de costilla gruesa, vacío, algunas achuras, mollejitas, y la especialidad de la noche: «matambrito al tetra». No sabemos todavía si es invención del propio Manucho o si tomó la idea de algún compinche. El hecho es éste: nunca comimos —coincidimos todos los agasajados— algo tan rico. Resulta que el matambre se prepara, sazonado de un modo singular, y se introduce en una caja «tetra-brik», de preferencia vino blanco, previamente vaciada sobre uno mismo y se hecha a la parrilla, de suerte que se cocina maravillosamente en una especie de horno para calentar los mares.

16 de septiembre de 2003

Gracias a Chobal por el título.


Paraguay es una palabra que anda por tu lengua



«Molykote», me decía Manucho cuando era chico. «Porque no me va a dejar fundir», agregaba sonriente luego de unos instantes de perplejidad dibujada en la cara de su ocasional interlocutor. Esta escena pudo haber ocurrido infinidad de veces, cuando mi estatura me hacía verlo gigante, un hombrón fuerte y bonachón, de manos grandes, brazos como palancas y con un color tostado fuerte, de tanto llevar el codo apoyado en la ventanilla mientras el «mercedito» avanzaba parsimonioso por esas rutas de ripio, polvorientas, cortando como surcos ese verde mesopotámico que todavía moviliza mis recuerdos.

Solía esperarlo sentado en la piedrita de la puerta de casa, en la vereda, mirando ansioso hacia la esquina de bulevar para verlo aparecer manejando el camioncito de cabina azul, doblando prolijo como un scalextrix, con el acoplado siguiendo incondicionalmente el mismo recorrido que el tanque delantero, ambos blancos con grandes letras: «nafta súper YPF», «gas-oil YPF».

Algunas veces se bajaba con un sonoro sapucay a la usanza correntina, y me decía: «Qué tal, ch’amigo, acá vengo con un corderito que se me cruzó en el camino y me pidió que lo llevara»; lo traía vivo arriba del tanque maniatado de las barandas. Otras tantas bajaba con una movediza bolsa de arpillera, algunos chillidos, ruidos extraños, y nos espantaba soltando alguna víbora o lagarto que tenía adentro, asegurados del cuello con una soga. Eran como sus mascotas, cazados con maestría en el Iberá, o tal vez al borde de la ruta junto a un arroyo fresco y cristalino, donde aprovechaba para bañarse y dormir una siestita amenizando esos largos viajes, largos como una vida intensa y generosa que ya lleva 80 años.

02 de septiembre de 2003

Gracias a Casey Jahn por el título.

Que no se asusten cuando nos vean salir de cuerpo entero

El sonido del agua es como un encantamiento.

Fijáte vos que en este mismo momento hay millones de olas, olitas, corrientes y correntadas que avanzan, y retroceden y vuelven a avanzar implacables hacia costas de arenas blancas, o desbordantes de vegetación, o que golpean acantilados verticales como miradas al cenit a mediodía, o que arrastran río abajo materia que se desprende sin nostalgia en cada recodo del curso viboreante, y así se deja llevar nomás desde siempre la jangada. ¿Cómo será abandonarse flotando ahí arriba, durante días, meses, sobre esa superficie a la deriva como un náufrago resignado a su destino carente de rescate y el horizonte como único dios a quien mirar?

Mantra devoto, la cadencia de la olas empujadas por la brisa litoral encuentra en el conjunto de mis pensamientos vagos un misterioso y fértil terreno donde desplegar su maravillosa energía milenaria. Se integran y acompañan otros sonidos, muchos, perros, pájaros, hojas, seres que no identifico, desconocidos para mí, en medio del monte generoso configuran la extensión, el espacio; delimitan un territorio que así, manifestándose sutilmente en ladridos lejanos, silbos y hojarascas, termina por ser mi territorio, mi propio mundo al que me debo con sagrada entrega.


19 de agosto de 2003

Gracias a Alfredo Saavedra por el título.

En nuestro laburo tiene mala prensa el cuerpo

No sé qué me pasa. Ni más ni menos que eso: no sé qué me pasa. Y ahí va otra vez la paradoja.

—Pero entonces algo sabés.

Quería escribir sobre una galería fresca, umbroso cobijo de una mecedora de mimbre, las cenefas proyectando difusos arabescos sobre las aberturas, contiguas hendiduras en una interminable pared perimetral. Ladraban los niños en el parque, corrían algunos perros tomados de la mano jugando a la posta olímpica, mientras el humo de la chimenea dibujaba ancestrales figuras sexuales en un atardecer delicioso del Delta. Era todo tan sutilmente brillante, como envuelto en una imperceptible atmósfera de armonía y pacífico bienestar. Entonces, ¿es posible? ¿Está todo ahí? ¿Sólo hay que saber cómo?

Ricárdez: —No sé qué me pasa.
Malatesta: —Seguidor como perro de sulky el hombre.
Potoco: —Pero usted toma para evadirse...
Ricárdez: —Yyyy..., sí.

Así las cosas, sigo preguntándome todo todo el tiempo. Sigo buscando mi origen: mi padre cumple ochenta y mi hermana mayor tiene cincuenta y dos para cincuenta y tres. Ella me acunó bajo la parra olorosa y las plantas y mamá siempre fuerte con (contra) su depresión. Nací cerca del río, como a treinta cuadras. Mis ojos estuvieron fuera de sus cuencas por un rato, fui motoquero. Me llamaron en mi vida: cuatro ojos, bizcocho, vení para acá, batilupa, gordo-flaco (alternativamente), óliver, cortála con las preguntas, tagarna, mauroliver, entre otras muchas y variadas maneras que yo supe acatar, combatir, rebelarme, disfrutar.
Es necesario que dude, que me revuelque en la osamenta de las palabras, de las emociones, de cada pensamiento, de mis creencias, de la certeza inefable de una existencia que amo: la que la vida que me ha tocado vivir.

05 de agosto de 2003

Gracias a Daniel Ripesi por título.