9.12.09

Empecé a tomar mate

con la escritura de este texto quencontré en los bacáps. El archivo de word dice que fue guardado por última vez el lunes 8 de septiembre de 2003, a las 11:52.

Trata de ser una sinopsis de la película «Raúl Barboza, el sentimiento de abrazar», de Silvia di Florio, a pedido de la directora. No sé si el texto se divulgó.

En esa época también diseñé y programé en html el sitio web, aún online.

Es muy probable que lo haya escrito de una sentada; recuerdo que ese día tenía que entregar el texto, me levanté temprano, puse el agua en el fuego al mínimo y cuando el mate estuvo listo me acompañó desde siempre a hilvanar estas palabras. Quiero decir, antes de ese momento no había tomado nunca mate aunque sí fuí cebador desde niño, acompañando a Manucho en algunos viajes, en La Plata cuando llegué a estudiar; en fin, siempre tuve un equipo de mate listo para ofrecerlo pero no para tomarlo.

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En un sentido, Silvia Di Florio imaginó para este documental el merecido homenaje a una de las figuras más importantes de la música y de la cultura popular argentina: «Raúl Barboza, el sentimiento de abrazar» expresa con una mirada personal esa admiración, ese respeto, esa cercanía hacia el hombre que la conmovió profundamente con su sensibilidad, con su amor por el chamamé, la música del nordeste argentino.

Aparece aquí entonces otro de los muchos sentidos que la realizadora ha sabido construir acompañando al artista en un recorrido amigable y familiar por la memoria, por los recuerdos, por la geografía, por el paisaje de nuestra tierra nordestina: a medida que las imágenes y el sonido avanzan, se suceden, se yuxtaponen, se funden, conviven, el chamamé de Raúl Barboza va desplegando sus alas, mostrando sus colores, hablando en su lenguaje centenario, inconfundible, conformando paulatinamente una sólida trama, cuya materialidad se manifiesta a veces impenetrable, por momentos difusa, otras luminosa y emotiva. Como el monte, como el río, como el cielo, como esa inmensidad que la Madre Tierra pone frente a nuestros pequeños ojos humanos para mostrarnos que somos parte de ella, que somos una única y misma realidad inasible.

Sueños y realidades se funden indisolublemente en el camino que desde muy niño Barboza fue buscando, con la compañía inseparable del acordeón, su instrumento, y de sus orígenes, el paisaje de la tierra de sus padres que su música siempre ha sabido conjurar y hacerlo propio. A través de las transparentes imágenes que Silvia Di Florio consigue rescatar y ensamblar minuciosamente a lo largo de setenta minutos, el chamamé, como una gigantesca hoja salvaje muestra, a quien quiera verlas, las dos caras, dos y a la vez infinitas, de este universo misterioso, expansivo, envolvente. La forma y el contenido, lo profano y lo sagrado, la naturaleza y el artificio, siempre dos fuerzas en constante interacción, una misma energía creadora que se manifiesta en el trabajo infatigable del artista, en su gestualidad corporal, en la comunión con su instrumento, en su búsqueda estética, en las composiciones donde su conexión con lo auténtico se expresa en una magistral forma de tocar el acordeón.

Tal vez el agua haya sido el hilo conductor de una vida que ha nacido dos veces. De ambas da cuenta Di Florio en su película; de la primera hemos hablado hasta ahora y ha estado signada por el río, marrón, caudaloso. La segunda comienza nuevamente para Raúl Barboza a sus cincuenta años, viajando a Francia, cruzando el ancho mar, con su acordeón al hombro, sin más aspiraciones que mostrar su música, el chamamé, y a través suyo, llevar a quien quiera conocerla, a quien tenga el corazón abierto para recibirla, su cultura, los orígenes, el presente y el futuro de una vida única e irrepetible: la vida de la tierra, en nuestra tierra, el nordeste argentino.

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