16.7.09

Para cambiar hay que cambiar*

«La mayor parte de los que han escrito acerca de los afectos y la conducta humana parecen tratar no de cosas naturales que siguen las leyes ordinarias de la naturaleza, sino de cosas que están fuera de esta. Más aún: parece que conciben al hombre, dentro de la naturaleza, como un imperio dentro de otro imperio. Pues creen que el hombre perturba, más bien que sigue, el orden de la naturaleza; que tiene una absoluta potencia sobre sus acciones y que sólo es determinado por sí mismo. Atribuyen además la causa de la impotencia e inconstancia humanas no a la potencia común de la naturaleza, sino a no sé qué vicio de la naturaleza humana, a la que, por este motivo deploran, ridiculizan, desprecian o, lo que es más frecuente, detestan; y se tiene por divino a quien sabe denigrar con mayor elocuencia o sutileza la impotencia del espíritu humano. No han faltado, con todo, hombres muy eminentes (a cuya labor y celo confesamos deber mucho), que han escrito muchas cosas preclaras acerca de la recta conducta, y han dado a los mortales consejos llenos de prudencia, pero nadie, que yo sepa, ha determinado la naturaleza y fuerza de los afectos, ni lo que puede el espíritu, por su parte, para moderarlos. (…) Ahora quiero volver a los que prefieren, tocante a los afectos y actos humanos, detestarlos y ridiculizarlos más bien que entenderlos. A éstos, sin duda, les parecerá chocante que yo aborde la cuestión de los vicios y sinrazones humanas al modo de la geometría, y pretenda demostrar, siguiendo un razonamiento cierto, lo que ellos proclaman que repugna a la razón, y que es vano, absurdo o digno de horror. Pero mis razones para proceder así son éstas: nada ocurre en la naturaleza que pueda atribuirse a vicio de ella; la naturaleza es siempre la misma, y en todas partes su virtud y su potencia de obrar es siempre la misma; es decir, son siempre las mismas, en todas partes, las leyes y reglas naturales según las cuáles ocurren las cosas y pasan de unas formas a otras; por tanto, uno y el mismo debe ser el camino para entender la naturaleza de las cosas, cualesquiera que sean, a saber: por medio de las leyes y reglas universales de la naturaleza. Siendo así, los afectos tales como el odio, la ira, la envidia, etcétera, considerados en sí, se siguen de la misma necesidad y eficacia de la naturaleza que las demás cosas singulares y, por ende, reconocen ciertas causas, en cuya virtud son entendidos, y tienen ciertas propiedades tan dignas de que las conozcamos como las propiedades de cualquier otra cosa en cuya contemplación nos deleitemos. Así pues, trataré de la naturaleza y la fuerza de los afectos, y de la potencia del espíritu sobre ellos, con el mismo método con el que en las partes anteriores he tratado de Dios y del espíritu, y consideraré los actos y apetitos humanos como si fuese cuestión de líneas, superficies o planos.» Baruch de Spinoza (1632~1677), Ética, prefacio a la Parte tercera: Del origen y la naturaleza de los afectos.

*Una frase de Diego Starosta.

17.4.09

Inundación en Talita



La entrevista de un medio uruguayense a José Luis Valdez, acompañada por algunas imágenes incontrastables.

15.4.09

Imaginaciones



Un corto en video realizado con imágenes registradas con cámara de fotos digital en los alrededores de concepción del uruguay durante 2009. Dura 27 min.

30.3.09

Los recolectores informales, ¿existían antes de la universidad y de los gobiernos?




El viernes 27 de marzo asistimos a la primera charla de un ciclo organizado por la Asamblea Ciudadana Ambiental de Concepción del Uruguay, en el salón de actos del Colegio del Uruguay. Esta vez fue compartida por la divulgación de dos destacables experiencias vinculadas a la problemática de los residuos sólidos urbanos (RSU).

Me interesa especialmente un aspecto en el que ambos expositores —una investigadora universitaria y un funcionario municipal— coincidieron: mencionar a los cartoneros y cirujas como «recolectores informales». Trataré de hacer foco en la experiencia que se desarrolla en el barrio María Auxiliadora de la ciudad de Concepción del Uruguay. El proyecto en cuestión está financiado por la Vice-Gobernación de la Provincia de Entre Ríos y llevado a cabo por un equipo de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER).

Algunas veces, utilizar definiciones del diccionario de la RAE para encuadrar mis argumentos me resulta esclarecedor.

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informal.
1. adj. Que no guarda las formas y reglas prevenidas.
2. adj. No convencional.
3. adj. Dicho de una persona: Que en su porte y conducta no observa la conveniente gravedad y puntualidad. U. t. c. s.
4. com. Perú. Vendedor ambulante.

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formal.
(Del lat. formālis).
1. adj. Perteneciente o relativo a la forma, por contraposición a esencial.
2. adj. Que tiene formalidad.
3. adj. Dicho de una persona: Seria, amiga de la verdad y enemiga de chanzas.
4. adj. Expreso, preciso, determinado.

La supuesta informalidad de los recolectores no es una esencia. A esta altura ya no es posible sostener la esencialidad de las cosas. En este caso la inclusión del término «informalidad» es ideológica. La informalidad es construida por los responsables del proyecto a partir del supuesto que implica «si son cartoneros no es necesario que les paguemos por su trabajo». Justificando de este modo una insostenible posición de superioridad, los bondadosos supuestos expertos deciden en sus escritorios que el trabajo se paga con el material acumulado en la recolección diferenciada, para que los cirujas lo comercialicen por su propia cuenta.

¿Conocen los expertos el precio en el mercado del reciclaje para el pet, el bazar, el soplado, la planilla, la segunda, los metales, al momento de bajar el cartonero el material desde su carro desvencijado a la balanza tuneada del depositero? ¿Se preocuparon por evaluar cuánto dinero significaría para el cartonero trabajar en este proyecto? ¿Se imaginan los expertos cuánto dinero significa para un trabajador de la calle un día entero de andar con el carro tracción a sangre mayormente humana juntando la basura de otros?

Si la planilla excel del presupuesto del proyecto, que seguramente pasó por las oficinas de varios funcionarios para su aprobación en las etapas de análisis y viabilidad, hubiera incluido una línea, aunque fuese la última, que dijera «Honorarios para los recolectores», no habría sido necesario estigmatizarlos mencionándolos como «recolectores informales», convirtiéndolos efectivamente en eso.

La recolección de residuos es un servicio público que los ciudadanos honramos mediante el pago de una tasa. Los «basureros» (llamados recolectores formales en términos del proyecto en cuestión) son para el municipio trabajadores de planta, contratados o cooperativizados, lo mismo da. El municipio, todos los municipios, destinan una parte del presupuesto anual a la realización de este servicio.

Con mayor responsabilidad aún al tratarse de una experiencia piloto, no veo entonces impedimento para reconocer a los cartoneros como recolectores formales, pagarles por su trabajo que bien lo hacen diariamente desde hace años, además de ser ellos el primer sector (el único durante décadas) en realizar la recoleccción diferenciada de residuos, mucho antes de que los funcionarios, los universitarios y las leyes se desayunaran con los planes de gestión integral de los residuos sólidos urbanos.

¿Qué hubiera pasado si por ejemplo los investigadores que participaron del proyecto hubieran cobrado su trabajo con el informe de los resultados estadísticos para que lo comercializaran por su propia cuenta y así se dieran por bien pagos?

¿Hubieran sido mencionados en el proyecto como «investigadores informales»? ¿Hubieran sido omitidos en los créditos como lo fueron los cartoneros y cirujas?

Ninguna mención hubo en la presentación del proyecto a las personas que con su trabajo especializado durante años de crisis metiendo la mano en la basura hicieron posible esta experiencia piloto —de igual a igual con los demás actores involucrados—: vecinos, dirigentes barriales, funcionarios, profesionales, investigadores, profesores, alumnos, entre otros.

Ningún nombre hubo y fueron muchas personas que prestaron su condición, sus prácticas cotidianas, sus capacidades, conocimientos y saberes, para que un grupo de universitarios y dirigentes pueda vanagloriarse de su mirada miope acerca de una problemática que ya no admite prejuicio, ignorancia y mucho menos cinismo.

27.2.09

el que delinque


uno, por ejemplo yo, en su blog, ¿puede escribir que cualquiera, alguno o todos los funcionarios y dirigentes involucrados en las «negociaciones» salariales de todos los niveles y distritos fueron, son y serían delincuentes? No se trataría de la investidura, que no es una vestidura in, ni es una ni vestidura ni es ni vestidura siquiera.

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investidura.

1. f. Acción y efecto de investir.
2. f. Carácter que se adquiere con la toma de posesión de ciertos cargos o dignidades.

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investir.
(Del lat. investīre).

1. tr. Conferir una dignidad o cargo importante. Lo invistieron CON, o DE, los honores del cargo.


¿Es posible que no exista un mecanismo de control y castigo al mal desempeño de los funcionarios y dirigentes que juegan un ajedrez cínico, mediático e impune con los fondos y los recursos del estado y con las vidas de miles de familias involucradas que lo único que aparentemente pueden hacer para tener un ínfimo grado de participacionismo es seguir votando para que las «negociaciones» sigan repitiéndose calcadas año tras año?

¿Es posible que la justicia se fije en mí porque en mi blog escribo que Mariano Narodowsky es un delincuente? Seguramente si se fijara me preguntaría porqué escribo que el Ministro de Educación de la Ciudad de Buenos Aires es un delincuente. Tendría que presentar pruebas, seguramente.

¿Es posible que la justicia vuelva a fijarse en mí porque en mi blog escribo que Francisco «Tito» Nenna es un delincuente? Si usted escribe que el secretario general de UTE es un delincuente tendrá pruebas, señor.

¿Es posible que la justicia insista en fijarse en mí porque en mi blog escribo que Sandra Mendoza es una delincuenta? La Ministra de Salud de la provincia de Chaco y a la vez esposa del Gobernador de la misma provincia Jorge Capitanich, otro delincuente.

¿Y si vuelve a fijarse en mí porque en mi blog escribo que Julio De Vido es un delincuente?

También podría hacerlo si mi insistencia me llevara a escribir que Cristina Fernández —la Presidenta de los argentinos y de las argentinas— es una delincuenta.

¿Son cualquiera, algunos o todos unos delincuentes y unas delincuentas?

--
delincuente.
(Del ant. part. act. de delinquir; lat. delinquens, -entis).

1. adj. Que delinque. U. m. c. s.

--
delinquir.
(Del lat. delinquĕre).

1. intr. Cometer delito.

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delito.
(De delicto).

1. m. Culpa, quebrantamiento de la ley.

2. m. Acción o cosa reprobable. Comer tanto es un delito. Es un delito gastar tanto en un traje.

3. m. Der. Acción u omisión voluntaria o imprudente penada por la ley.

~ común.
1. m. Der. El que no es político.

~ de lesa majestad.
1. m. Der. En derecho antiguo, el que se cometía contra la vida del soberano o sus familiares.

~ de sangre.
1. m. Der. El que causa lesión corporal grave o muerte.

~ político.
1. m. Der. El que establecen los sistemas autoritarios en defensa de su propio régimen.

¡Último momento!
“El que delinque tiene que ir preso y el que mata, morir” dijo Susana Giménez, una delincuenta.

ilustración: julián oliver